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Se suele hablar de novela de la revolución mexicana, o de la guerra
civil española, y probablemente, con el tiempo, habrá que hablar de
todo un corpus ficticio vinculado a los sucesos de septiembre
de 1973. Nos referimos a obras que con mayor o menor fortuna y desde
distintas opciones estéticas han intentado representar las
convulsiones históricas de este último decenio. Novelas como Soñé
que la nieve ardía (1975) de Antonio Skármeta, El paso de los
gansos (1975) de Fernando Alegría, En este lugar sagrado
(1977) de Polí Delano o Chilex (1978) de Ariel Dorfman, obras
todas que circulan en el extranjero (algunas como las de Skarmeta
traducida a varios idiomas), pero que son difíciles, por no decir
imposible, de conseguir dentro del país.
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A esta lista habría que agregar La guerra interna,
novela que tiene como asunto los acontecimientos políticos que van
desde comienzos de 1973 hasta poco después de la Consulta Nacional, en
1978. Materia ésta que está tratada desde, por lo menos, tres
vertientes estéticas distintas: una más bien realista, otra de indole
alegórico-satírica y otra que obedece al intento de novelar asumiendo
los principios de composición de la narrativa contemporánea. La
primera puede vincularse a la sensibilidad de la generación del 38 (de
la que el autor es miembro destacado) y se patentiza en el motivo del
"día que llegará" y en cierta modalidad utópica que se combina con la
recreación casi documental de una serie de hechos históricos (plan y
bombardeo a la Moneda, hasta salida del general Leigh) que, con la
cuerda siempre tensa, van conformando el marco de la novela.
..... Sobre este entramado el autor despliega un
friso de personajes, algunos alegóricos como la protagonista Esperanza
a Pesar de Todo, cuya peregrinación por una necrópolis adornada con
parrillas y palos de arará constituye el eje del argumento. Junto a
los personajes de tesis se sitúa uno de los más convincentes de la
obra, aunque en rigor es sólo una voz de ultratumba, la del poeta
Pablo, especie de abejorro o ángel de la guarda que entabla desde la
muerte un diálogo constante con Esperanza.
..... Entre los personajes satíricos hay algunos
con base histórica. Otros, como el Dr. Frankestein, el Príncipe
Drácula, Boris Karloff o Bela Lugosi, provienen de la imaginería
vampiresca. Desde el Instituto Experimental de la Tortura, y siempre
nostálgico por la época en que sirvió al Fuhrer, el Dr. Frankestein
sueña con organizar una represión científica de tarjeteros
cibernéticos; el príncipe de Transilvania, en cambio, desprecia la
técnica, impúdico bebedor de sangre se inclina más bien por la
parasicología. A los recelos y desavenencias entre ellos se agrega el
desprecio, que como extranjeros, sienten ambos por los muy criollos
Coronel Dinaceni y Guatón Guachalomo. A estos personajes que recorren
la casi totalidad de la novela se suman otros más fugaces, pero no por
ello menos grotescos, como la Glasfira o el Director de Bibliotecas y
Museos.
..... Todo este friso está
plasmado en el registro de una voluntad compositiva que sigue de cerca
a la novela contemporánea: el mundo objetivo se entrega en
soliloquios, diálogos, discursos, monólogos y ensoñaciones;
fragmentado en 156 secuencias que, aunque tienen intención de
presente, están sometidas a saltos y desplazamientos temporales, a un
montaje en que se contraponen filones de realidad e irrealidad, mundo
íntimo y épico. En este mismo registro hay que señalar una marcada
conciencia lingüística, un lenguaje que por su exuberancia e
indiferenciación pareciera a ratos ser uno de los protagonistas de la
novela. Hay también pequeños tics vanguardistas como las referencias
del autor a sí mismo o a su proyecto estético, o momentos de humor
sórdido y oblicuo como los acontecidos con el perro erótico del
Instituto, que también se llama Volodia. Hay además claras
reminiscencias de obras y autores contemporáneos, de El Señor
Presidente de Asturias en el tópico del mundo al revés, de
Carpentier en el intento constante por enriquecer la semanticidad de
lo que narra a través de correlatos culturales, o huellas de
Dictador Ilustrado y hasta del Otoño del Patriarca en
los bloques verbales y en los filones esperpénticos.
..... Se trata, en suma, de una obra
artísticamente ambiciosa, pero cuyos logros estarán en directa
relación con la capacidad del autor para armonizar en un sentido
trascendente las vertientes estéticas que configuran la novela. Surgen
desde este ángulo diversas preguntas: Lo grotesco y lo alegórico ¿no
distancian, en cierta medida, al lector de la dimensión de honda
tragedia que tiene el mundo representado? La exuberancia lingüística
¿no se convierte a veces en retórica, en un lenguaje superpuesto a la
experiencia concreta de los personajes? La excesiva fragmentación o la
presencia abrumadora de la historia, ¿no terminan por desdibujar el
hilo del argumento? ¿No se usa acaso demasiado la pesada garra del
león, en vez de la uña aterciopelada del gato? ¿Es La guerra interna,
en síntesis, una gran novela o solamente un logro a medias?
..... Nos perdonarán los lectores, pero por una
razón de fair-play este comentarista quisiera reservarse las
respuestas hasta el día en que la novela circule y pueda defenderse
por sí sola de las razones o sinrazones de una
reseña.
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en revista
Mensaje Nº 296.
enero-febrero de
1981