por Carola Vesely
en Sangría.
Octubre 2002, Año 1 Nº 1
... "El
no la va a poder atender en persona. Necesita descansar." Las palabras
de la secretaria de Volodia Teitelboim, político y escritor hoy dedicado tiempo completo a la
literatura, dejan entrever el peso que la edad ejerce sobre el ex
secretario del Partido Comunista, y las consecuencias de las numerosas
apariciones públicas que ha tenido últimamente.
Sus ochenta y seis
años se reflejan en una voz cansada y un hablar lento, sumado a
constantes problemas de audición. Sin embargo, la claridad y poesía de
sus palabras dejan de manifiesto una inteligencia y una juventud que
parecen mantenerse al margen del paso de los años. "Soy un octogenario
que ha cumplido cuatro veces los veinte años", dice el Premio Nacional
de Literatura (2002), y así parece, efectivamente, pues proyectos no
le faltan y fuerza para criticar lo que le parece injusto, tampoco.
Lleva sobre la piel alrededor de veinte obras escritas, entre las que
se destaca su trilogía autobiográfica denominada "Antes del olvido",
cuyo último tomo está por publicarse bajo el nombre de "Un anciano de
la tribu". Hay que resaltar también los dos tomos de la colección de
crónicas "Noches de radio", que agrupa las emisiones de Volodia en el
programa "Escucha Chile", transmitidas por Radio Moscú durante la
dictadura militar.
Sin duda, una larga historia literaria que, sin
desmerecer, dejaremos algo de lado para abocarnos a navegar en esos
mares que quedan fuera de los libros y las charlas. Una radiografía
simple de lo que hay dentro de esta figura que se mantiene incólume
frente al paso de los años.
¿Podría afirmar que en el último tiempo
ha dejado de lado la política para dedicarse tiempo completo a la
literatura?
En estos últimos años, desde el punto de vista
del tiempo, privilegio la actividad literaria. Mi primera prioridad es
escribir y también desarrollar una actividad cultural de comunicación,
especialmente con la juventud. Pero esto no significa que yo haya
dejado de sustentar las ideas que he mantenido toda la
vida.
Simplemente para mí la literatura significa la posibilidad de
desarrollar una vertiente que siempre ha convivido con la inquietud
social. Naturalmente son dos manifestaciones de la vida que no se
expresan de la misma forma, que no tienen el mismo lenguaje, pero el
hecho de que yo, en esta etapa de mi existencia, dedique gran parte
del tiempo a escribir, no significa ninguna claudicación respecto de
las ideas que siempre he tenido y siempre tendré.
¿Su alejamiento de la política tiene
algo que ver con la pragmatización de lo que antes eran sueños? ¿Hay
nostalgia respecto de la política
antigua?
Yo
creo que no, en el sentido de que las mayores dificultades que puedan
expresarse por parte del pueblo, de la gente que piensa como yo o de
forrna parecida, no significan una especie de renunciamiento a la
acción. Por el contrario. Significa también que hay que sumar el mayor
esfuerzo y aspirar a un movimiento amplísimo que no tenga un signo
partidario estrecho, sino que agrupe a todos aquellos que quieren en
Chile la recuperación de una democracia
genuina.
En
ese sentido mantengo mis ideales. Hay que mirarse hacia adentro, pero
también hacia fuera, lo que está sucediendo en el país y en el mundo,
y en ese sentido se debe asumir una tarea que no será titánica, puesto
que un hombre solo puede hacer muy poco, pero sí se debe tener la
esperanza de que se articule una voluntad colectiva,grande, que
permita que el país vaya cmbiando en un sentido más
humano.
¿Usted habla de un deseo de unidad
nacional donde la inclinación partidaria no importe?
Hablo
de una unidad de gente que esté al servicio de su comunidad. Yo lo
estoy. Estoy al servicio de la gente, del otro, del desposeído, del
olvidado, del ofendido. Pero esto no lo hago incompatible con una
postura partidista, pues una posición de partido nunca puede ser para
el partido. El partido es un instrumento al servicio del desarrollo de
la sociedad en un sentido progresista. No debe ser una capilla, un
mundo en sí mismo,sino que necesariamente es un instrumento para
lograr, a través de la voluntad colectiva amplia, que se realicen
sueños.
¿Las grandes utopías?
No.
Estos sueños no son sólo de comunista, de socialista, de gente de
izquierda. Son los sueños de muchas personas que quieren una
existencia mejor tanto desde el punto de vista concreto como también
del ambiente, de la cultura y del pensamiento. Estos sueños son de
gran envergadura y no tienen fronteras humanas, salvo la existencia de
aquellos que creen que unos pocos pueden ser dueños de una nación y
definir la voluntad de una mayoría incluso por las armas, la fuerza y
el terror. Hay que saber distinguir entre éstos, y los otros, que
creen en la necesidad de respetar al ser humano y sus
derechos.
Respecto del primer grupo que usted
menciona ¿de qué forma lo afectó la dictadura militar? ¿Cómo
simbolizaría esta etapa de su vida?
La dictadura significó
la máxima tragedia nacional y, a nivel individua!, creo que trastornó
en un sentido negativo la vida de millones de chilenos. Hubo diversos
destinos. Muchos murieron, desaparecieron, fueron fusilados,
degollados o exiliados, pero para mí, particularmente, fue el
alejamiento forzoso por muchos años de mi patria. En esos años yo
trabajé todos los días desde fuera en función de cambiar la situación
en Chile, denunciando la dictadura a través de la radio en una voz que
llegaba a este país. Para mí significó un cambio violento, como para
todos los chilenos, pero no significó el desarme moral, bajar los
brazos, recluirme en el silencio o en la desesperación, porque nunca
la tuve, porque no forma parte de mi temperamento, fue un acicate más
para esforzarme en que este capítulo negro de la historia de Chile
terminara cuanto antes.
Pero duró diecisiete
años...
Claro, y de alguna manera se ha prolongado como
institucionalidad, lo que vemos hasta ahora con el proceso de
Pinochet. Todavía esa historia no se ha cerrado y, por tanto, hay que
mantenerse activo a fin de que ese capítulo realmente termine, y
podamos al fin vivir otra vida sin Pinochet. Una vida más
libre.
Cuando hablo de Pinochet no me refiero al
individuo, para mí, de por sí insignificante, sino de lo que éste
significó desde el gobierno como sistema, que es el sistema del
desprecio por la persona. Creo que a la persona hay que respetarla,
hay que amarla, considerarla un ser sin diferencias con los
demás.
Esto ultimo actualmente es muy complicado llevarlo a la
práctica porque el país evidentemente está dividido, aunque la mayoría
de la gente, sobre todo después de la montaña de evidencias
abrumadoras respecto de la criminalidad y de los delitos contra la
humanidad que se consumaron durante tantos años, tiene ya una idea más
clara. Pero aún hay muchos que resisten a aceptar la verdad y que la
niegan contra toda prueba absolutamente indesmentible. Creo que la
dictadura, de rodos modos, forma parte de nuestra vida. Si no se
hubiera producido, la vida de muchas personas hubiera sido
distinta.
Y su vida, específicamente, ¿hubiera
sido distinta?
Yo creo que sí. No hubiera salido de Chile.
Probablemente hubiera terminado mi período senatorial y creo que
hubiera tardado aún más en reintegrarme de una manera íntegra al
ejercicio de la literatura. En el exilio, mi necesidad de escribir se
hizo más clara, porque tuve cierto tiempo para retomar esta labor, y
en ese sentido no lo considero como algo negativo. En ese período
escribí varias biografías y novelas y, de no haberme ido al exilio,
posiblemente hubiera seguido siendo parlamentario, lo que me hubiera
consumido más tiempo del que yo íntimamente deseaba, porque mi gran
pasión es la literatura, no sólo por el amor a la forma y a la belleza
de la palabra, sino también por una necesidad de ponerla al servicio
de los demás y de mi país como tres granos de arena en este gran
desierto, para ver la posibilidad de que se convierta en una tierra
más verde, con más esperanzas y con más respeto por la
persona.
En 1977 señaló, en una entrevista, que
las depresiones son lujos que usted no se permite. ¿Ni siquiera los
momentos más dolorosos de su vida, como la muerte de su hijastro
Roberto Nordenflytch, o la perdida de su nacionalidad en 1984, le
produjeron depresión o desesperanza?
No. Pude haber
sentido indignación o molestia, pero desesperanza, nunca. Por el
contrario.Yo soy una persona dada a la esperanza y al optimismo. No a
un optimismo ciego pues yo tengo perfecta conciencia de los reveses y
las tragedias, como la muerte de un hijo, o la pérdida de la
nacionalidad. Sin embargo, si escapo milagrosamente a una orden de
asesinarme que dio la dictadura en 1974 para matarme junto a Carlos
Altamirano en Ciudad de México, me doy cuenta de que todos estos son
motivos para dar gracias a la vida porque, de algún modo, soy un
sobreviviente a tanta prueba. Pude haber muerto en diversas ocasiones,
sin embargo he seguido viviendo y ya han pasado 26 hermosos años en
los que he podido escribir, publicar libros, amar, continuar el curso
de la existencia en circunstancias azarosas, exiliado y perseguido,
pero contento y con una esperanza que he tenido siempre y que va más
alla de mí mismo.
En una entrevista realizada en 1992
usted no quiso revelar su dirección por motivos de seguridad. ¿A qué
se debió esto?
En
ese momento no podía revelar mi dirección, simplemente, porque eran
tiempos en que seguía funcionando, aunque ya fuera del gobierno, la
máquina represiva, y yo era tenido por un enemigo peligroso de ellos.
Había una política de continuar con el terrorismo de Estado aunque ya
no estuvieran en la presidencia de la república. Conservaban la
dirección de las FF.AA y había espionaje telefónico por parte del
servicio de inteligencia del ejército, incluso en La Moneda y en el
dormitorio del senador Gabriel Valdés, además de todos los partidos
políticos. Se perseguía todavía a la gente y, por lo tanto, yo no
estaba en condiciones de dar facilidades a esta gente para cumplir su
labor.
Estamos hablando de que tres años después de la
llegada de la democracia seguía habiendo espionaje político en Chile.
¿Seguía la gente y usted mismo con
miedo?
Yo,
personalmente, no tenía miedo. Pero el miedo en la sociedad existía y
aún no desaparece. El miedo es una creación deliberada y sistemática
de parte de la dictadura. Para este fin, se mostraron en los primeros
días de la dictadura cadáveres flotando, por lo que la gente sabía que
se mataba indiscriminadamente, violando incluso las leyes de la
guerra, que prohiben matar a prisioneros. Inventaron, entonces, esta
guerra falsa, que nunca existió, para validar todas sus represiones. Y
el miedo aún subsiste. Hay mucha gente que todavía no habla en forma
libre y confiada manifestando abiertamente su pensamiento, porque teme
que esto pueda ser peligroso.
¿Cuándo acabará el
miedo?
Posiblemente deba pasar una generación para que
el chileno hable como los demás latinoamericanos, con libertad, con
desenvoltura, sin temor a que la palabra lo
condene.
Usted ha dicho que se siente jove, y en
reiteradas ocasiones ha señalado que a lo largo de su vida, ha
cumplido cuatro vecs los veinte años.¿Es esto un mensaje a la
juventud, una forma de comunicar esperanza?
Alguien dijo
hace mucho tiempo que la juventud es una enfermedad que se cura con el
tiempo. Yo no tengo esa visión pesimista. La juventud es una época
maravillosa, algunos dicen que es el país más bello de la Tierra,
porque es el país del asombro, del descubrimiento, de internarse en la
vida, conocer el mundo. No todo es una pista pavimentada puesto que
siempre hay muchos tropiezos. El hecho de que yo sea un octogenario
que tiene cuatro veces veinte, significa en sí mismo una especie de
mensaje a la juventud en el sentido de que hay que mantener los sueños
de los veinte años cuando ya se tengan muchos más. Los sueños hay que
mantenerlos toda la vida. El mensaje es que esto es posible y que los
jóvenes son los responsables en esta entrada inminente al tercer
milenio de los constructores del siglo XXI. Espero que éstos aprendan
de lo que vivieron sus abuelos, sus padres, de lo que aprendieron en
los textos de historia: que ellos tienen que hacer una tarea de
discontinuidad porque cada época aporta siempre rasgos diferentes, y
espero que esos rasgos diferentes sean correctivos de los males más
graves que adolece nuestra sociedad actual. En eso tengo yo mucha
confianza en la juventud, y por eso también trato de conocerla, de
aprender de ella, de escucharla, de entender su lenguaje y de
comprender que ellos han estado marcados por la historia. Porque
muchos de estos jóvenes son los niños del '73, que tuvieron un
desarrollo, a mi juicio, anormal porque trató de quitárseles todo
respeto por los ideales, por los sueños, y los hicieron crecer en una
especie de vacío cultural y, a pesar de eso, gran parte de la
juventud, en un proceso gradual que algunos consideran lento, van
adentrándose de nuevo en la vida, no sólo en una actitud
contemplativa, sino activa en las universidades, en las federaciones
de estudiantes, etc. La vida sigue su curso, pero son los jóvenes de
hoy los que harán el siglo que viene, y yo estaré muy contento de
saber que esta juventud tomará los sueños del pasado para
modernizarlos y adaptarlos en el sentido de que esos sueños son los
mismos, pero bajo formas diferentes.
¿Ya a los ochenta
y seis años, se podría decir que ha cumplido sus
sueños?
He cumplido mis sueños en cuanto a que he
mantenido la consecuencia con éstos. Desde los quince años asumí una
actitud civil, empecé a mirar el mundo y a desear que éste cambiara. Y
hasta hoy la idea, fundamentalmente, es la misma. El mundo ha cambiado
mucho y yo mismo he aprendido muchas lecciones y he cometido muchos
errores, pero sustancialmente yo soy el mismo. En ese sentido estoy
contento con el hecho de no haber desistido en la lucha por la
existencia y de no haber preferido nunca mi propia comodidad, el
provecho personal, a la actitud moral de optar por una existencia que
para justificarse, a mis ojos, tiene que responder no sólo ante sí
misma sino que ante los demás no violentando las ideas fundamentales,
que han sido las de gran parte de la humanidad. No porque ésta sea
comunista, sino porque gran parte de la humanidad quiere un cambio
para bien, desea que el hombre aspire a un pequeño fragmento de
felicidad al que tiene derecho, a fin de que la tierra no sea siempre
un valle de lágrimas.
En el prólogo del ensayo "La Palma en
el Huracán", de Juan Nicolás Padrón, usted escribe que la revolución
cubana entra a este nuevo siglo para enseñar al mundo que es todavía
posible el socialismo. ¿Efectivamente cree que el socialismo aún es
una idea viable en el mundo?
Sí. Yo lo creo ciertamente.
Ahora, el socialismo del nuevo siglo será distinto al socialismo
clásico, utópico, del siglo XVIII o XIX, del socialismo soviético o de
todos los tipos de socialismo que han existido en el pasado. Porque
éste siempre será una creación propia de su tiempo, bajo el signo de
los problemas que indique la época en que se desarrolla, y también
debe tener el signo de su propio país, Marx debe ser traducido de
manera creadora en cada país de la Tierra. En este sentido, creo que
la revolución cubana es una creación original propia de la historia de
Cuba, que ha escrito una página muy importante dentro de la historia
de América Latina. Esto no significa que sea un modelo, porque los
modelos revolucionarlos no existen, por lo que cada país deberá
construir su propia versión conforme a su idiosincrasia, su historia y
su sicología, pero también conforme a la situación que se vive en el
mundo, porque actualmente ningún país está solo en la Tierra. Todo
está muy intercomunicado, sobre todo con la revolución en los medios
de comunicación.
¿Se siente un hombre realizado en
todos los aspectos de la vida?
Uno nunca se realiza al
cien por ciento. Siento que muchas cosas del pasado pudieran haber
sido de otra manera, pero no fueron, porque así es la vida. Y la vida
no hace de ningún hombre un triunfador neto. Pero tampoco me siento un
derrotado porque, finalmente, yo no tengo esa jactancia ni esa
vanidad. La vida es la vida, tienen sus blancos y sus negros, sus
traspiés, sus encantos, y yo sigo soñando como cuando era
muchacho.
¿Qué importancia tiene la literatura
actualmente para usted?
Escribir, que es ahora mi
actividad fundamental, es algo más que un vicio, de esos que no matan
sino que dan alegría. Cada día me despierto con el desafío de sentarme
a escribir, mirar el mundo, interpretarlo y convivir con la gente. En
ese sentido, como nuestra admirada Violeta, yo doy gracias a la vida.
Eso no quiere decir que yo sea un triunfador ni un hombre
autosatisfecho, sino que, frente a la vida, que es absolutamente
contradictoria, lo importante es que uno no se contradiga, y que
mantenga hacia ésta una actitud permanente de responsabilidad y
respeto, y también de búsqueda de valores espirituales, como la
belleza, el estilo, el interior del ser humano. Alguien dijo una vez
que los sueños nunca envejecen y, en ese sentido, me siento joven
porque sigo soñando.
A lo largo de su vida, ¿cómo ha
sido su relación con las mujeres?
Yo creo que normal, como
todo ser humano, con distintas etapas. Una primera infancia muy
relacionada con la madre, una adolescencia curiosa, tímida, inquieta,
una primera juventud tratando de descubrir esta esencia misteriosa que
es siempre el amor. Con toda suerte de avatares, sí, no, rechazos,
aceptaciones, momentos de felicidad, rupturas, encuentros,
desencuentros, y esto se ha mantenido a lo largo del tiempo conforme a
las etapas de la vida. Para mí la mujer es algo más que la sal de la
tierra, ella cambia el paisaje en cuanto aparece y resulta una
necesidad absoluta de la existencia, le da profundidad, fuerza,
colorido, gracia e introduce ese elemento imponderable y también
inefable-. ese llamado enigmático que la mujer produce sobre un hombre
y que, tal vez, algunos hombres ejercen sobre las
mujeres.
¿Qué importancia ha tenido su familia
en su vida?
Desde luego ha sido muy importante, como para
todos los seres humanos. El padre, la madre, los hermanos, y luego
también mi esposa, los hijos son para mí sustanciales. Sin eso
sencillamente la vida no tendría el sentido que tiene. Porque el
hombre no es un lobo estepario, un ser solitario, sino que tiene un
hábitat natural y un conjunto humano que es el suyo, el más directo:
su familia.
¿Y su nieta
Valentina?
Ella
es... mi regalona, que tiene méritos para ser muy admirada por su
abuelo, porque tiene encanto y otras virtudes sobre las cuales no me
quiero extender para no "chochear" en público.
¿Es Volodia Teitelboim un hombre
cariñoso?
Sí. Yo soy cariñoso. Soy anhelante de cariño,
también. Me gusta la gente, el trato amistoso, no voy a la guerra
inútil, no libro batallas innecesarias, no juzgo mal a nadie a menos
que en un momento determinado haya pruebas fehacientes de que no
merece esa confianza, pero no le hago la guerra a las personas, no
siento envidia ni tampoco resentimiento. Miro hacia delante, esa es la
verdad. Pudiera parecer que me estoy autoelogiando, pero creo que es
así, es mi carácter junto a una formación y una filosofía de
vida.
¿Cree usted en
Dios?
No.
Yo no creo en Dios pero eso no quiere decir que no tenga un sentido de
trascendencia respecto del hombre. Respeto profundamente a aquellos
que creen en Dios porque sostengo que aquellos que creen en la
divinidad tienen también principios morales. Son aquellos que dieron
los diez mandamientos, los que tienen un Cristo que fue el hombre del
sermón de la montaña, que es muy importante para la humanidad. Creo
que ellos son los grandes aportadores de sueños v grandes esperanzas
para el género humano. Por lo tanto son muy respetables, y por eso
tengo una magnífica relación con gente de distintas creencias porque,
finalmente, nos movemos por motivos éticos que, de alguna manera,
admiten cierta aproximación y familiaridad.
En una entrevista que se le hizo en
1997, usted dijo que "cada hombre llega a la vida con la obligación de
salvar a la humanidad". ¿Cómo ha contribuido usted a salvar a la
humanidad y de qué la ha salvado?
Ese es un dicho chino,
que naturalmente es alegórico, poético, porque al fin y al cabo ningún
hombre solo va a salvar a la humanidad. Tal vez la humanidad se salve
a sí misma, esa es mi gran esperanza, o sea que millones de hombres,
en un mundo que tiene seis mil millones de habitantes se salve en el
sentido de conseguir una sociedad más justa. Yo he contribuido, y
vuelvo al viejo cliché del grano de arena, porque en las playas del
mundo hay millones de millones de granos de arena. Yo soy uno de esos
granos de arena y con eso he contribuido en la medida del hombre, de
una persona que no se envanece y que cree que la jactancia y la
adoración de sí mismo son defectos muy feos, porque uno tiene que
asumir con humildad su tarea, pero también con claridad y firmeza,
sabiendo que un hombre no puede salvar a la
humanidad.
¿Cuál ha sido la enseñanza más
importante que ha aprendido en la vida y de qué forma la
adquirió?
Yo
creo que la vida hay que asumirla. Esto significa que el hombre no
puede recluirse dentro de sí mismo, vivir en una casa con ventanas y
puertas cerradas y decir "a mí lo único que me interesa soy yo mismo,
y si yo estoy bien, el mundo puede estar mal". Pienso que si el mundo
está mal, yo no puedo estar bien y, por lo tanto, la empresa de vivir,
que se vive sólo una vez, este paso fugaz por la tierra, debe ser
dignificado por cada hombre en el sentido de que él hizo algo por los
demás. Esa frase tan sencilla cabe para todos: tanto para el más
modesto, el obrero, el campesino, la dueña de casa como para el
llamado hombre famoso. Y más creo yo en los modestos, en esa inmensa
multitud sin nombre que no aparece nunca en los diarios salvo en la
crónica roja cuando sucede algo fatal. Creo que ese hombre es la base
de la historia y también del mundo que vendrá. Y espero que ese mundo
no tenga hambrientos, gente sin casa, que carece de la educación
completa posible, y que si se enferma no tiene acceso a la atención
necesaria en el hospital. Esa es una enseñanza importante que la vida
me ha mostrado, y que está dada, como dije anteriormente, por un
carácter, una formación y una filosofía de vida. Y, al mismo tiempo,
creo que el mundo y el hombre debe tener acceso la belleza que lleva
dentro, porque la vida no sólo debe ser trabajo inhumano. El hombre no
es una máquina, es un ser sensible, viviente, con un corazón, con un
sueño, y eso está relacionado con el amor en todas sus expresiones,
incluso con ese amor que va más allá, en el sentido de respetar al
otro, no matar a nadie, no violar los derechos humanos. Y por el
contrario, tratar de construir una sociedad más justa, más equitativa
y más solidaria.
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