NERUDA
VOLODIA TEITELBOIM
187. Convidados
de piedra
..... Seguía llegando gente. Se vio a los embajadores de México y de
Francia saltando sobre el barro y el agua, sorteándo obstáculos, para
llegar al cuadro insólito de esa pieza saqueada donde se velaban los
restos del poeta. Parecía una escena filmada en la guerra. De súbito,
alguien vio a un anciano, seco, sarmentoso, como encogido, escondido
detrás de anteojos oscuros, traje negro, mirando alrededor como a
hurtadillas, como si no entendiera nada de lo que pasaba. Él había
prestado dinero a un Neruda de diecinueve años para sacar su primer
libro, y también había abogado desde sus artículos por la caída de
Allende, porque odiaba cuanto oliera a "comunismo". Pero Alone, en ese
momento, miraba como confundido lo que sucedía. Tal vez no era el
triunfo que esperaba.
..... Aída
Figueroa descubrió al cantante y escritor Patricio Manns. Le preguntó
por qué se exponía de esa manera, tomando en cuenta lo sucedido con
Víctor Jara, asesinado días antes. Era la hora de la muerte general. Y
los que no habían sucumbido tenían que ocultarse.
..... Saltando charcos llegan Radomiro Tomic,
Máximo Pacheco, Flavián Levine.
.....
Virginia Vidal, que estuvo presente como periodista en la entrega del
Premio Nobel en Estocolmo, contempla a Neruda a través de cristal de
la urna. Los párpados están cerrados, pero en los gruesos labios se
dibuja una sonrisa. Recuerda las preguntas de los periodistas cuando
bajó del avión en Estocolmo. "¿Cuál es su objeto predilecto?" "Los
zapatos viejos." "¿Cuál es su palabra favorita?" "La palabra amor."
Ahora yace allí, rodeado de ruinas y de gente que se juega la vida por
acompañarlo. El Árbol de la Vida, esa maravilla del arte popular
mexicano, está hecho trizas. Virginia recoge de él una pequeña virgen
de arcilla. Las telas de los pintores primitivos chilenos han
desaparecido de los muros del comedor. Después las encontrarán en el
canal, podridas por efecto del agua.
..... También llegaron los extraños visitantes
hasta el dormitorio. Allí lo único que se salva de la destrucción es
la chimenea con campana de bronce y las letras grabadas y unidas
P y M. Han roto la cama. El colchón, desventrado,
registra el fango dibujado por los bototos militares.
.... En el tercer plano, en la biblioteca y el
cuarto de trabajo de Neruda, oculto por el ramaje, todo huele a papel
quemado. Roberto Parada sostiene en la mano y lee el título de una
portada desprendida y chamuscada: Miguel de Unamuno, Del
sentimiento trágico de la vida. Plancha el papel con la mano. Le
asoman unas lágrimas. Lo guarda en el bolsillo. El reloj, alto como
una persona, instalado en su antiguo pedestal, también ha sido herido.
Le arrancaron los péndulos y las pesas. No tiene punteros.
..... El frío entra por las ventanas sin
protección. La vecina Queta Quintana propone a Matilde que vaya a
comer algo caliente a la casa. "No." Ella seguirá allí, ése es su
puesto. La tarde de septiembre está fría. De repente Matilde dice:
"Ahí viene. No los recibiré." Sube los escalones que conducen a su
alcoba y cierra la puerta estruendosamente. Pero antes le ha dicho a
Aída Figueroa: "Conversa tú con ellos." Allí están avanzando. El
terreno no es apto para paradas militares ni pasos de ganso. Pero
penetran, tanto civiles como uniformados, militares y carabineros. No
se quitan los cascos ni las gorras. Visten camuflados, con uniforme de
campaña algunos de ellos, pantalones y casacas con manchas pintadas;
esas que los cubanos bautizaron metafóricamente como la ropa de los
gusanos. Uno se presenta como Edecán del genera Pinochet. "Quiero
hablar con la viuda y familiares del gran poeta Pablo Neruda, gloria
de las letras nacionales, para expresar las condolencias..." Corta la
frase. Luego pregunta: "¿Dónde está la viuda? ¿Dónde hay un pariente
del señor Neruda?"
..... Responde la
voz impetuosa de Chela Álvarez: "Todos los presentes somos familia de
Neruda. ¡Exigimos respeto a nuestro duelo!"
..... El Edecán repite casi textualmente la
palabras ya dichas. Pide hablar con la viuda.
..... Aída Figueroa le responde: "La viuda está
reposando y no los recibirá." Les pide pasar al comedor. Caminan a
tropezones en medio de los restos de libros, cuadros, quinqués,
organillos rotos. El que hace de jefe torna a decir: "Venimos a darle
condolencias a la viuda."
..... El
portavoz militar está confundido:
..... -Esto no lo hemos hecho
nosotros.
..... -Es curioso
-responde Aída-, pero no han robado nada.
.....
Después los lleva al escritorio de Neruda. Les muestra el reloj
destripado, con la marquetería acribillada, las cuerdas rotas, el
péndulo saltado. La vieja dama de un cuadro muestra un cuchillo
ensartado en uno de los ojos y desde allí se extiende la rasgadura.
Después les enseña algunas de las cosas sacadas del canal, que
comenzaban a formar una pequeña montaña. El oficial de nuevo, vuelve a
su estribillo: "Queremos dar la condolencia..."
..... Chela Álvarez les dice: "En estas ruinas
que ustedes han dejado estamos velando a Neruda. Queremos respeto y
tranquilidad para rendirle el último homenaje, y garantía para que
esta noche podamos estar en paz."
.....
El oficial sostiene que "el Ejercito de Chile es respetuoso con las
glorias nacionales".
..... Siguen
sacando del canal más cosas: bandejas, cerámicas, cuadros rotos,
piezas de vajilla.
..... El oficial
anuncia que el Gobierno decretará duelo oficial de tres días por la
muerte del poeta y que éste empezará a regir desde el día del
fallecimiento. El anuncio oficial se hace el día de los funerales. Así
decretan un duelo retroactivo de tres días, pero que termina un par de
horas después de la comunicación oficial. Nadie se ríe. Nadie grita.
Nadie llora. Todos los miran con expresión petrificada. Se marchan
como perros apaleados.
..... Más o menos
simultáneamente con el decreto de duelo oficial aparece también la
información oficial en que se dice que una banda infantil, capitaneada
por un niño de diez años de edad, es la culpable de la destrucción de
la casa del poeta Pablo Neruda.
188. El
cortejo
..... Se acerca el toque de queda y la gente tiene que partir. Para
el velorio sólo se quedan nueve personas: Matilde, Laura Reyes, un
matrimonio Cárcamo, parientes de Matilde; Aída Figueroa, Elena
Nascimento, Juanita Flores, Queta Quintana y Hernán Loyola, quien
había ido a su casa a fin de buscar algunas frazadas y volvió antes de
las ocho, hora en que comenzaba el toque de queda. En la casa no había
nada que pudiera abrigarlos. Parecía realmente la casa de la muerte.
Pero también todo despedía una sensación fuerte de dignidad.
..... Matilde trata de dormir algo. Antes de dos
horas está otra vez en pie. Se mantiene el resto de la noche junto a
Neruda, mirándolo.
..... A la mañana
siguiente, cuando se levanta el toque de queda, comienzan a llegar
escritores, políticos, universitarios, obreros, mujeres pobremente
vestidas, con el drama pintado en la cara.
..... Hay que marchar hacia el cementerio. De
nuevo se plantea el problema. ¿Cómo sacar la urna? Lo intentan por la
puerta cochera. Es una maniobra que requiere gran esfuerzo e ingenio.
Cuando asoman a la calle Márquez de la Plata, los reciben los primeros
gritos de aquel día. Una voz exclama: "¡Camarada Pablo Neruda!" Todos
los demás contestan en coro: "¡Presente!"
..... Es un grito de obreros y estudiantes, pero
hay otra gente que oculta rostros aviesos tras anteojos negros. Al
desembocar junto a la plazuela que está al pie del Cerro San
Cristobal, ubicada a unos cincuenta metros de la casa de Neruda, los
esperaba un puñado de personas que se sumó al cortejo.
..... En ese momento el funeral se convirtió en
un pequeño desfile inverosímil, porque toda esa gente enfrentaba a la
muerte, que estaba rodeándola, mirándola por los ojos de los camiones
llenos de soldados, que apuntaban con sus metralletas. Nadie en el
desfile miraba hacia el lado. Todos miraban hacia adelante. En la
esquina se encontraron con una mujer que lloraba. Se tapó la cabeza
con un pañuelo negro y se introdujo entre las filas. La policía se
movía en una y otra dirección, tal vez desorientada, sorprendida de
que se hubieran atrevido a formar una columna. Los carabineros en
motocicletas daban la impresión de que iban a atropellar el cortejo;
se alejaban y regresaban. Cuando pasaron frente a una estación
eléctrica, se encontraron a boca de jarro con una compañía de "boinas
negras", en posición de apuntar sus fusiles contra esa procesión
fúnebre que ya formaba una multitud.
..... En un momento no bien preciso los
integrantes del cortejo comenzaron a mirar hacia los lados, detrás de
los carros llenos de militares que apuntaban con sus armas. Miraban
hacia las ventanas. Alí se encontraban con ojos que los escudriñaban
atónitos de hito en hito. Ya esa pupila fija era un acto de presencia
y una mustra de valentía. Como lo era la agitación de un visillo que
delataba a una persona que estaba contemplando el paso del cortejo. En
otras ventanas de la calle Purísima o de la avenida Perú, la
manifestación era más evidente: una mano que saludaba o la ondulación
de un pañuelo. Otros, un pequeño ademán. Cuando empezaron a transitar
por Santos Dumont hubo gente que comenzo a bajarse de los autos para
engrosar el desfile. Alguien, como un sacerdote que abre la Biblia en
una misa, abrió un libro de Neruda y comenzó a leer en voz alta:
"Generales / traidores. / Mirad mi casa muerta, / mirad España rota...
Chacales que el chacal rechazaría..." Era España en el corazón
en manos del Presidente del Sindicato Quimantú. Otros no necesitaban
consultar libros. Sabían poemas suyos de memoria y comenzaron a
recitarlos.
..... Al llegar a la avenida
La Paz, de repente alguien aventura tímidamente los primeros sones de
la canción prohibida: "Arriba los pobres del mundo, de pie los
esclavos sin pan..." Otra voz acompaña. Luego se apaga. Pero el canto
comienza a resurgir en diversos puntos de la columna. Luego todos
parecen cantarlo como un murmullo. Un muchacho cojo se lanzó de súbito
a recitar de viva voz versos de Neruda. El funeral se había convertido
en una muchedumbre. Muchas mujeres traían flores. Cuando pasaron
frente a la morgue, que estaba repleta hasta los topes con cadáveres
de "N.N.", había mucha gente esperando.
..... En la fila caminaba una mujer alta, de pelo
castaño, ojos azules, con el semblante pálido, el paso tembloroso,
afirmada en dos amigas. Una de las que la apoyaba gritó a todo pulmón
algo que era como la voz del escalofrío.
..... -Compañero Víctor Jara...
..... -¡Presente!
..... Compañero Víctor Jara...
..... -¡Presente!
..... -Compañero Víctor Jara...
..... -¡Presente!
..... -Ahora...
..... -¡Y siempre!
..... La mujer a la cual sostienen permanece
muda. Es la bailarina Joan Turner de Jara, la viuda de Víctor, cuyo
cuerpo ella rescató personalmente de esa morgue frente a la cual pasa
en este instante.
..... Rodeando la
plazoleta del Cementerio General hay carros blindados y jeeps
con soldados. Al entrar al camposanto se deposita el ataúd en una
plataforma rodante. En ese momento todos están cantando La
Internacional. Más que cantarla, la lloran, es como un gran
sollozo. Uno que no está de acuerdo con la quejumbre, abre un libro de
Neruda para subrayar con aire desafiante: "Aquí teneís / como un
montón de espadas / mi corazón / dispuesto a la batalla."
..... Cuando atraviesan las anchas puertas del
cementerio, alguien grita un lema esperado, un nombre:
..... -¡Salvador Allende...!
..... Todos responden a coro:
..... -¡Presente!
..... Las voces rebotan en la cúpula y vuelven
con un eco:
..... -¡Presente!
..... La gente volvió a cantar La
Internacional, con el puño en alto, sin recato. La cantaban todos,
incluso los que no la habían cantado nunca, los que no la sabían y la
entonaban con un susurro. Pocas veces, en medio de la muerte que
acompañaban y que los cercaba, ese himno había alcanzado tan trémula
intensidad. Era un canto a la vida y un himno de protesta contra todo
lo que estaba sucediendo.
..... Los
soldados miraban estupefactos, desconcertados. Les costaba dar crédito
a sus oídos. En la multitud muchos creían que de repente sonaría una
descarga.
..... De nuevo, la voz:
"Compañero Pablo Neruda..." Y la respuesta: "¡Presente!"
..... Pero de improviso, el grito volvió a
cambiar. Se oyó: "¡Compañero Víctor Jara!" Y la respuesta de todos
fue: "¡Presente!"
..... Hubo un silencio
y aquel que hacía de portavoz exclamó con voz estentórea: "¡Compañero
Salvador Allende...!"
..... Le contestó
algo así como un alarido colectivo, un "¡Presente!", todo el furor
contra los asesinos, toda el ansia de justicia, toda la conmoción del
momento, toda la pena por Pablo y por todos los muertos, todo el temor
de caer ellos mismos. Era el minuto preciso en que había que derrotar
el pánico, suspender el miedo. Y por eso volvieron a cantar y a llorar
La Internacional. Tal vez se sentían vagamente protegidos por
la presencia de varios embajadores y de periodistas
extranjeros.
189. ¡Hasta
luego!
.....
Ya dentro del cementerio, el cortejo tuvo que detenerse. Se habló de
trámites. Luego reemprendió la marcha por las calles interiores,
circundadas por árboles y tumbas. El periodista Luis Alberto Mansilla
se encontró con el profesor Alejandro Lipschütz, a quien Pablo llamó
"el hombre más importante de Chile". El sabio acababa de cumplir
noventa años. Y había ido a despedir a su amigo con el cual
intercambiaban flores y poemas, y le enviaba traducciones de Ovidio
que él hacía directamente del latín. En sordina le confidenció a
Mansilla.
..... -Anoche tuve visitas
inesperadas.
..... Allanaron su casa de
la calle Hamburgo. Lo tuvieron encerrado toda la noche en un cuarto
junto con su esposa, Rita, de la cual él en sus días de cumpleaños se
complaciá en recordar que era una mujer mayor que su marido. Pusieron
la casa patas arriba. Buscaban armas y sobre todo a Luis Corvalán.
Tenía un parque tan grande como su casi vecino Pablo Neruda, cuando
vivía en Los Guindos, pero mucho más cuidado por la mano de una
jardinera primorosa, doña Margarita. Con chuzos y palas removieron
todo. Después subieron a la biblioteca, una de las más ricas de Chile.
Destruyeron papeles, robaron reliquias.
..... El profesor Lipschütz tenía una facha de
nigromante medieval y le dijo, como un ser que había acumulado toda la
experiencia del mundo y estaba muy atento a las lecciones de la
historia:
..... -Esta gente no es
eterna... He visto mucho. El fascismo hizo lo mismo en Europa y ya vé
cómo terminó.
..... De repente el
cortejo comenzó a correr. Era una muchedumbre desordenada donde todos
querían estar lo más cerca de la tumba para poder ver con sus ojos la
spultación. Y así casi inconscientemente todos, incluso Matilde, iban
a la carrera. También los que llevaban el féretro apuraron el tranco.
Todos se sentían atacados por la prisa.
..... En esa ceremonia de la despedida final no
hubo nada programado. Alguien leyó unos versos del Canto
General. Un muchacho obrero dio lectura a un poema que él había
escrito de seguro la noche anterior. Imágenes que buscaban
desesperadamente decir lo que estaba sintiendo no sólo él, sino toda
la gente que asistía a los funerales y la que no estaba presente.
Chela Álvarez, antigua actriz, sacó de nuevo la voz, recitando versos
que había dicho en vida del poeta, incluso en su presencia.
..... Frente a la multitud había un alto
mausoleo, grande como una casa, desde cuyo techo numerosos fotógrafos
registraban la imagen de cada uno de los presentes. Todos pensaron que
inevitablemente allí estaba retratándolos el ojo policial.
..... La última Internacional se canta
cuando el féretro es colocado en el mausoleo. Es un himno más
tranquilo, que despide un aire de adiós o de hasta luego.
..... Ahora había que pensar cómo salir del
cementerio, que podía ser una ratonera. Corría el rumor: "Afuera están
deteniendo". Consejos: "Hay que salir por atrás. Por el ado de
Recoleta. Irse rápido, no pararse en la puerta." Los corresponsales
extranjeros comunicaron que saldrían primero para constatar si
arrestaban. Surgieron de pronto por primera vez después del golpe, que
se había asestado dos semanas antes, pequeños equipos de seguridad,
que iban haciendo de guardia protectora de las personas más buscadas.
..... En la rotonda fuera del
cementerio había carros con militares, las metralletas apuntando.
Observaban la salida de la gente, pero no se movieron.
..... Ese funeral fue la primera manifestación
que se hizo en Chile contra los que asaltaron el poder el 11 de
septiembre de 1973. Otro mérito del poeta. Seguía combatiendo después
de muerto.
NERUDA
Volodia Teitelboim
Editorial Sudamericana.
1996