Amigo de Neruda y Salvador Allende, comunista
desde los 15 años, biógrafo y novelista, sufrió
el exilio y sigue sufriendo el pinochetismo de su país. Para
que se entienda su constante militancia por la memoria, este hombre
que pasó largamente los ochenta explica que “quisieron que
olvidemos todo, hasta la socialdemocracia. Quisieron que volvamos
a la colonia para imponer la lógica del cuartel”.
–Ay Volodia, su voz es tan, tan baja que...
–Sí, yo debía haber traído, al nacer, un micrófono
incorporado.
–Aunque no sé. Porque la gente que grita...
–Ay, no yo no grito nunca.
–¿Y cuando se enoja?
–Nunca me enojo.
–¿Con Pinochet?
–¿Enojado? Pinochet es harina de otro costal. Se tratade un
monstruo disfrazado de hombre. Se constituyó en autoridad suprema
y, como tal, dijo que en Chile no se movía una hoja sin que
él lo supiera.
–Sin embargo...
–Cuando le preguntaron por la Caravana de la Muerte, declaró
que él sólo estaba dedicado a cosas grandes como los
diferendos con la Argentina. El no se ocupaba de cosas chicas. Cosas
chicas eran los muertos.
–¿Quién podía sino él haber ordenado a
la caravana a hacer lo que hizo?
–Claro, salió el helicóptero al mando del Puma y así
fue llegando a pueblos y ciudades donde ordenaba matar a los presos
políticos. La caravana llevaba, incluso, una orden de apresurar
los procesos, escrita por Pinochet.
–Apresurar significaba matar.
–Sí, él quería que se acabara ya con determinada
gente. Después del golpe se constituyeron los tribunales militares
que detuvieron, por alta traición, a políticos y, en
general, gente connotada. Las sentencias eran relativamente benévolas.
Los jueces militares venían del período anterior.
–¿De Allende?
–Sí, no es que fueran allendistas, pero eran militares profesionales
que además sabían que esa gente a la que se debía
condenar no había cometido delitos. Llegó, entonces,
la caravana y resolvieron rápido el problema. Los mataron a
todos.
–¿Cómo se sintió usted cuando retuvieron en Londres
a Pinochet?
–Ese fue para mí un período de gran felicidad. En ese
momento no había, en Chile, ninguna posibilidad de que lo juzgaran.
Fue el mundo que lo juzgó.
–El no esperaba que los ingleses lo retuvieran. Había sido
su aliado durante la guerra de las Malvinas.
–Sí. Los aviones ingleses aterrizaban en tierras chilenas,
en Magallanes.
–Y ahora tenemos un nuevo golpe a Pinochet con el descubrimiento de
su cuantiosa fortuna.
–Tiene muchos millones de dólares en operaciones ocultas. Se
está investigando. Antes de morir quiso dejar arreglados a
su mujer y a sus hijos.
–A pesar de todo, muchos todavía lo apoyan en Chile.
–Sí, es así. Pero, también muchos quieren que
siga viviendo para que vaya recibiendo en vida el castigo que merece.
–¿Quedan en Chile todavía muchas huellas del pinochetismo?
–Desgraciadamente sí. El 31 de octubre tenemos elecciones municipales,
que se realizan de acuerdo con un régimen electoral oprobioso,
perverso. El sector que tiene un tercio más uno, o sea el 34
por ciento, elige el mismo número de representantes que el
sector que tiene dos tercios menos uno, o sea el 65 por ciento. Este
triunfo de los enemigos de Pitágoras obliga a aceptar que 34
es igual a 65. Acá los pinochetistas han mantenido el poder.
En tales elecciones el pueblo queda excluido. En este momento por
primera vez, se está discutiendo esto y otras cosas, por primera
vez en 17 años. Esta modificación permitirá remover
a los comandantes en jefe y también terminar con los senadores
designados de por vida. El problema es que el sistema electoral no
ha sido tocado porque la derecha jamás acepta que lo toquen.
Y, para modificarlo, se necesitan unos quórum, puestos por
ellos, que son inalcanzables.
–¿Pinochet tiene aún poder?
–Pinochet está hecho una piltrafa, pero el pinochetismo es
muy fuerte todavía. Incluso aspira a la presidencia de la república.
–¿Es posible que, como dijo un diputado, los marginados alcancen
en Chile a un tercio de la población, es decir 5 millones?
–Depende del concepto de marginación, pero yo creo que el pueblo
de verdad está marginado. Es como una especie de muerte civil,
mientras la herencia de Pinochet está intacta. Pueden elegirse
diputados, senadores, incluso gente de la antigua izquierda que estuvo
al lado de Salvador Allende. Pero hay cosas que no pueden ser tocadas.
El sistema económico, de un neoliberalismo total es sagrado.
En cuanto a los medios de comunicación, no hay ninguno que
sea de izquierda, ni siquiera progresista de centro. Son grandes cadenas,
en manos de la derecha, que conforman la opinión pública
a través de muchos años. El país está
en una especie de transición perpetua. No se ha recuperado.
Nada se ha recuperado. No hablo del tiempo de Allende sino de lo que
tuvimos antes de Allende.
–Hay algo, sin embargo, que muchos destacan, traen como ejemplo de
neoliberalismo exitoso: su productividad. Sin embargo, si pensamos
en el número de marginados...
–Chile está en las listas que se publican en Wall Street, de
los países productivos. Pero Chile es un país muy desigual.
Y cada día, el abismo entre ricos y pobres se profundiza más.
–En definitiva, Chile serviría para ilustrar lo que piensan
quienes están contra el neoliberalismo. La sociedad produce;
el balde se llena hasta el borde. Se llena, pero jamás se derrama,
como prometen los neoliberales.
–Esto nos permite ver con claridad que aquello de que si un país
produce y progresa los pobres serán menos es una gran mentira.
Lo que estamos viendo hoy con el FMI y el Banco Mundial es que la
brecha se ahonda cada día más.
–¿Pasamos a la literatura? Usted ha escrito unas cuantas biografías,
siempre de poetas. ¿Será porque la poesía es
más reveladora del carácter del escritor, que la novela
o el cuento?
–Yo, cuando joven, empecé escribiendo poesía. Incluso
con otro muchacho, Eduardo Anguita, que tendría 18 años,
publicamos en 1935 una antología de poesía chilena,
que hoy se sigue vendiendo.
–¿Después de setenta años?
–Era una antología iconoclasta que se proponía derribar
a todos los consagrados del momento para así dar nacimiento
a una nueva época. Eran los tiempos de la vanguardia europea.
Muchos debían quedar afuera, Gabriela Mistral por ejemplo.
–No eran tímidos.
–Eramos unos insolentes que decidíamos la suerte de los poetas
chilenos. Este libro generó la más palabreada polémica
literaria del siglo XX en Chile. En ella participaron Neruda, que
estaba en Europa, Vicente Huidobro, Pablo de Roka. Gente que luchaba
por la corona mundial de la poesía. En fin, una cosa provinciana
del último país del mapa. A esta pasión nuestra
por levantar a los renovadores se unía la pasión por
la revolución política. La utopía era completa.
–¿Qué decía Neruda?
–El contestó, desde España, con un poema muy subido
de tono que se llamaba Aquí estoy. El no solía atacar,
pero cuando era atacado respondía con mucha violencia.
–¿Ustedes lo habían atacado?
–No, él había sido incluido. Yo le había escrito
diciéndole que una antología de la poesía chilena
sin él sería un fraude. Quienes lo habían atacado
en esa discusión que se armó eran Huidobro y Roka. Roka
llegó a escribir un libro de 400 páginas que se llamó
Neruda y yo. Era dramático.
–Gabriela Mistral lo había conocido en Temuco, donde ella vivía.
Cuéntenos de ese encuentro.
–Ella era directora del liceo de niñas. Había llegado
de Magallanes. Neruda todavía no era Neruda sino Neftalí
Reyes, un muchachito esmirriado, de piel oscura, de provincia sureña,
llovida y abandonada. Ella se había ya revelado como poeta
en un concurso, en 1914, donde triunfó con sus Sonetos de la
Muerte, una gran poesía. Neruda llegó a su casa y quien
lo atendió le dijo que Gabriela no podía recibirlo,
pues estaba enferma. Fue tal la expresión de desconsuelo en
el joven que quien lo atendió le pidió que le dijera
qué deseaba. El respondió que traía unos versos.
Ella entonces le dijo que, si se los dejaba, tal vez ella podría
verlos. Que volviera en unas horas. Cuando Neruda, volvió Gabriela
en persona lo atendió: “Me he mejorado, le dijo, al leer sus
versos, porque tengo la seguridad de que aquí hay un poeta
de verdad”. Y luego, “Una afirmación de esta naturaleza no
la he hecho nunca antes”.
–Neruda tenía...
–Era un niño de quince años.
–¿Cómo la había conocido?
–Gabriela era muy conocida en todo Chile por sus poesías para
niños.
–Por lo menos los niños de mi generación, todos conocíamos
a Gabriela. Me sorprendió tremendamente, entonces, descubrir
la Gabriela real en el libro que usted le dedica. Su encierro, su
desconfianza del mundo que la rodea, y sobre todo su manera de amar.
Sus amores imposibles, su rechazo a la relación sexual unida
a enamoramientos sin límites. “Te besaré hasta fatigarte
la boca.” Creo que sólo puede compararse con los místicos
Santa Teresa, San Juan de la Cruz, que amaban a Jesús de manera
tan carnal como imposible de realización. Descubrir esa Gabriela,
en su libro, me llevó a aquellas frescas poesías de
Gabriela que conocemos de la escuela. Cuánta contradicción,
dos mundos.
–Sí, dos mundos. Dos partes de su ser. Seguramente sinceras,
pero muy contradictorias. Gabriela es una persona contradictoria,
enigmática. Creo que todavía no ha sido realmente descubierta.
El libro yo lo escribí un poco para pagar la penitencia, por
arrepentimiento de haberla excluido durante tantos años. Pero
también para enfrentar y poner en discusión la imagen
que existía sobre ella. Madre de todos los niños, matrona
dulce.
–Resulta difícil de aceptar su desconfianza de quienes la rodean.
–Ella tuvo muchas dificultades en su existencia. Nació en una
última aldea, en una familia definitivamente pobre. Su padre
los abandonó cuando ella tenía cuatro o cinco años.
Aprendió, de una hermanastra que tenía, y mucho de su
madre, analfabeta, pero con gran sabiduría campesina. Si vemos
las circunstancias de su vida, es fácil ver que estaba condenada
a no salir de allí. Pero ella leía, leía, leía
y soñaba que la lectura podría llevarla a otra parte.
Era una rebelde, tenía ideas en defensa de la mujer de aquel
tiempo, principio del siglo XX, las incitaba a conquistar sus derechos.
Quiso entrar a la escuela normal, pero la rechazaron. No podía
ser profesora porque no tenía ideas congruentes con el medio.
–Tal vez sí en lo religioso. Era muy católica.
–Sí, pero decía que no necesitaba los curas porque tenía
comunicación directa con Dios.
–Bueno, esas palabras también la acercan a los místicos.
Permiten entender mejor su conducta en la relación de amor.
–Sí, así es. Ella es una mujer con una vida muy dramática.
Empecemos por la infancia, donde vivió una experiencia tremendamente
traumática, una violación que sin duda la marcó
muy profundamente.
–Tal vez nunca más se relacionó sexualmente con nadie.
Lo pienso porque siempre tuvo amores imposibles.
–Amores en que la imposibilidad la marcaba ella. Siempre.
–En su libro aparece en una frase de ella: “Rechazo las infernales
alianzas de la carne”.
–En algún momento dice que tiene imágenes de Cristo
y que de pronto ese Cristo se transforma en el hombre amado.
–Buena manera de confirmar la imposibilidad de la relación
carnal. ¿Qué piensa del hijo que ella dice haber adoptado
mientras está en Europa? Muchos biógrafos consideran
que es realmente su hijo.
–No, yo no lo creo. No creo que ella haya tenido nunca relaciones
sexuales después de aquel episodio de la infancia. En fin,
es un personaje dramático que pagó con tragedia. Y cuando
la gente empezó a murmurar sobre ella, nunca olvidó
y nunca perdonó. Se exilió de Chile en 1921.
–No nos contó si Gabriela le aconsejó algo a Neruda
cuando lo conoció.
–Le dijo: “Lea mucho mucho. No a los franceses. La suya es una literatura
de boudoir, de escándalos”.
–Qué exagerada, no solamente.
–No, claro, pero ella buscaba a sus afines. A los seres atormentados.
–Le recomendó, entonces, a los rusos.
–Sí, lea a Dostoievski, Tolstoi, Andreiev, le dijo. Ellos nos
indica cómo es la verdad de la vida. Neruda siguió el
consejo y fue un lector omnívoro. Leyó todo y sin límites.
–Escuchando las razones por las que escribió las biografías
de Mistral y Neruda, uno se puede preguntar por qué la de Borges,
tan diferente a estos dos personajes.
–Mucha gente me ha preguntado esto. ¿Por qué usted que
es comunista hace la biografía de Jorge Luis Borges? Por eso
mismo, digo yo, porque quiero conocer cómo un escritor tan
esclarecido puede ser tan analfabeto desde el punto de vista civil.
–¿Sabe que a veces él consigue ver en medio de esa bruma?
En su poema Milonga de un soldado acusa a quienes mandaron a morir
a las Malvinas a chicos desconocidos de provincias lejanas. En un
pasaje del poema dice: “Una de tantas provincias/ del interior fue
su tierra/ (No conviene que se sepa/ que muere gente en la guerra)”.
El consiguió ver eso.
–A mí me dieron una explicación sobre su frecuente lejanía
“El es un hombre del siglo XIX”. Aunque usted tiene razón,
finalmente después de hacer el elogio de las dictaduras del
Cono Sur uno puede ver en él un cambio que, según creo,
tiene que ver con las Madres de Mayo, quienes lo invitaron a presenciar
un juicio que se hizo a algunos militares porviolación de los
derechos humanos. A partir de ese acto, que él no ve pero escucha,
hace una versión muy impactante de lo ocurrido. Dice “Hemos
llegado a una obra de arte de la perversidad”. Y describe al general
responsable de las torturas diarias de los prisioneros diciendo el
día de Navidad que los presos están invitados para festejar
porque en ese día “todos somos hermanos”. Borges era un hombre
triste.
–El hace referencia a esto en un poema. Dice, palabras más
o menos, no me perdono no haber sido feliz. Tal vez el Nobel lo hubiera
hecho feliz. Por lo menos él lo deseaba mucho.
–Un día visité en su casa, en Suecia, a un gran amigo
de Neruda, miembro del jurado que le dio el Premio Nobel y gran escritor.
Me dijo: “Quiero explicarle por qué no le dimos el premio a
Borges, por su visita y su abrazo a Pinochet”. Y luego añadió:
“Si a pesar de esto que le digo se lo hubiéramos dado, tenga
la seguridad de que ni un solo sueco lo habría entendido”.
–Usted ha hecho varias biografías y ficción. ¿Cómo
se siente en cada caso? En uno puede inventar sin límites,
en el otro debe ceñirse a una realidad que no puede traicionar.
–Allí hay vasos comunicantes. La invención, que puede
llegar muy lejos, elevarse hasta el cielo, siempre debe partir de
los pies que están sobre la tierra.
–Algo así decía Onetti. “Sólo Dios saca algo
de la nada”.
–Exactamente. Sólo la vida alimenta. En cuanto a Neruda, aunque
siempre en su obra es autobiográfico, nunca es, lo suyo, una
versión fotográfica de lo que le sucede. Lo que le sucede
es transfigurado por él, convertido en poesía.
–¿Usted empezó a escribir la biografía de Neruda
siendo su amigo o se hizo su amigo al escribirla?
–No, no. Yo primero fui amigo de él, fui su compañero
político. Y también literario. Con toda la distancia
que, en este sentido, había entre él y yo, que por otra
parte era un principiante. Desde el año ‘37 fuimos amigos.
Fieles amigos hasta que él murió.
–Quiere decir que se hicieron amigos cuando él volvió
de España, donde había estallado la guerra.
–Sí, al volver de España fue que nos conocimos. El era
un hombre muy sensato. Un poeta con los pies sobre la tierra, que
no se proponía la locura como finalidad política y estaba
en contra de los extremismos delirantes. En 1945 con 41 años
entró al Partido Comunista.
–Donde ya estaba usted.
–Yo tenía 30 años y hacía 15 que estaba en el
partido. Y bueno, a partir de esos comienzos seguimos la amistad hasta
sus últimos días.
–¿Usted lo vio cuando él estaba ya en el final? ¿Lo
vio después de la muerte de Allende?
–No, yo lo vi en Isla Negra en su último cumpleaños,
el 14 de julio. Fui a verlo con un amigo, que era diputado mapuche.
El estaba acostado. Su sueño, su preocupación, era que
se creara una universidad de la Araucanía que fuera dirigida
por mapuches. A fin de que se restableciera una cultura que había
sido borrada por la conquista. Esa era una de sus preocupaciones.
Y Neruda era un gran realizador que organizaba a sus amigos, los movía,
telefoneaba, molestaba a la gente para que hiciera cosas, y sólo
así, creo yo, se explica la nombradía y la extensión
de su poesía. Primero conquista su país, después
América latina, luego España. En España pone
el pie y salta a Europa y a los distintos idiomas. Y finalmente al
mundo oriental que también hoy lo acepta. El era un estratega.
Nunca se alababa a sí mismo, pero agradecía a quienes
lo alababan. Era un hombre condicionado por el siglo XX que pudo ver,
antes de morir, que no se cumplirían en él los grandes
sueños.
–¿Pensaba eso? ¿Sí?
–Sí, en sus libros póstumos lo dejó dicho.
–¿Esta idea nació en él luego del golpe en Chile
o viene de antes?
–Viene de antes. En sus libros póstumos, antes del golpe, hay
uno que se llama 2000, 2000. Allí su visión es pesimista,
aunque no del todo, porque él siempre quería dejar vivo
algo de esperanza. Aunque no mucha. Dice que el siglo XXI comenzaría
mal. Habla de aviones que matan, sin que se los pueda ver desde la
tierra. Hay una especie de premonición de la guerra de Yugoslavia,
de la guerra del Golfo.
–¿Cuál fue la reacción de Neruda cuando conoce
la realidad de la Unión Soviética?
–Cuando sabe, luego de la declaración de Krushov, lo que ha
pasado bajo Stalin, reacciona violentamente. En ese momento dedica
libros enteros a condenar el engaño que le han hecho, a la
humanidad progresista, presentando sólo los grandes éxitos,
mientras se tendía un velo sobre el resto.
–Al pensar que cuando apareció su biografía de Neruda
hacía ya un buen tiempo que estaba en la calle Confieso que
he vivido, me he preguntado si usted encontró vacíos
en la obra de Neruda, o simplemente, pensó en la necesidad
de ver la vida del poeta tomando otro punto de vista.
–El no alcanzó a terminar Confieso que he vivido, por lo tanto
es un libro con muchas lagunas, que hubieran sido completadas por
él, de haber vivido. A posteriori, Matilde, su viuda, a pesar
de haber sido una luchadora directa contra la dictadura, creo que
buscó olvidar los temas conflictivos.
–Sin embargo hay una o dos páginas duras contra la dictadura.
–Sí así es. Ella fue respetuosa de la voluntad de Pablo,
e incluyó, en las tres páginas finales, lo que Neruda
le dictó en trance de muerte, condenando de manera terminante
y categórica a los generales traidores que habían traicionado
a la patria y a los políticos que habían creado el clima
para el golpe, e incluso, empujado a las fuerzas armadas para actuar.
–Cuando se produjo el golpe, usted estaba en Europa, tratando de alertar
a los gobiernos sobre lo que pasaba en Chile.
–Allende me había dicho: “Andá a Europa, por un par
de semanas”.
–Debía buscar apoyo.
–El apoyo se consiguió. Pero ellos no habrían podido
impedir el golpe. Y cuando decidí volver no había aviones
para Chile. Los aeropuertos en Chile estaban cerrados. Ahí
me quedé en Moscú, donde durante quince años
hablé en el programa Escucha Chile. Volví unos años
después, en forma clandestina y escribí un libro, En
el país prohibido.
–¿Qué vio en esa visita?
–Vi horrores. Y también fenómenos curiosos. Yo en Radio
Moscú hice mil quinientos programas. Nunca, en ninguno, traté
a Pinochet de presidente de la república. Siempre fue “el felón”,
“el mandamás”, “el asaltante del poder”. Vi que en Chile todo
el mundo hablaba del presidente. El lenguaje oficial había
sido incorporado. “Señor Presidente”, “Su excelencia”. Como
si esto fuera normal. Me dolió muchísimo y también
me enseñó. Supe allí que en las dictaduras, la
gente, para sobrevivir, trata de limar las asperezas y meterse para
adentro. No confía en nadie.
–Eso lleva a que quienes mandan se confundan y lleguen a creer que
son aceptados, capaz que hasta queridos. Aquí tuvimos un ejemplo
de algo así. Volviendo a su obra. Usted escribió cuatro
biografías de escritores y hoy está escribiendo la de
Juan Rulfo. ¿Piensa que la vida del escritor hace posible una
mejor comprensión de su obra?
–La biografía de Neruda yo la empecé a escribir por
encargo. Estaba en el exilio, hacía mi programa de radio y
viajaba aquí y allá tratando de molestar al máximo
a Pinochet. Ni pensaba en escribir ninguna biografía. Pero
me llaman desde Madrid y me piden que escriba una biografía
deNeruda. “¿Cuánto tiempo me dan?”, pregunté.
“Cuatro meses.” “Están locos, imposible.” No tenía mis
papeles, nada. Sólo la obra completa que había adquirido
en Europa. No. Insistieron, insistieron. Hasta que mi secretario me
hace una proposición indecente. “¿Por qué no
me la dicta? Con eso trabajaremos más rápido.” “¡Qué
disparate! ¿Cómo puedes tú pensar que es posible
dictar una biografía de Neruda? Esto hay que hacerlo responsablemente.
Otra cosa sería el más horrendo sacrilegio.”
–Eso dijo.
–Eso dije yo, pero desde Madrid siguieron llamando. “No, no, no”,
decía yo. Pasó un tiempo. Y fue mi secretario que insistió:
“Podría dictarme usted. A lo mejor nos resulta.” Acepté.
Para empezar vi que debía dar completamente la espalda a Confieso
que he vivido porque corría el riesgo de hacer un refrito.
Debía cerrar los ojos a cualquier libro y recurrir sólo
a mis recuerdos. Así empiezo a contar el cuento.
–Sin ningún plan previo.
–Sólo sabía que me debía regir por un criterio
cronológico.
–Empezar por el incendio de la casa familiar en Temuco.
–Exactamente. Sabía que aquello que debía contar no
era lo leído sobre él sino lo que él me había
contado. Durante cuatro meses relaté la historia que estaba
en mi cabeza como en medio de una alucinación. Cambié
mi método de trabajo. Yo escribo alguna página, la dejo
madurando y al día siguiente en la mañana trato de corregirla.
No podía hacer eso porque podría cortarse el agua. Yo
había abierto la llave del agua de la memoria y ésta
fluía, fluía y fluía. Durante cuatro meses casi
no comíamos ni dormíamos. Ya, al final, y después
que hubieron muerto las mujeres, yo le pregunto al secretario –quien
estaba tan metido en las cosas como yo y, por lo tanto, carente de
perspectiva–. “¿Cómo estará este asunto? ¿Tú
qué dices?” “Me parece que está entretenido”.
–Eso era algo fundamental.
–Yo también lo creo. Tomé el mamotreto, que era grande
y me puse a corregir. Durante un mes estuve en eso. En el fondo, el
libro, no miraba sólo a Neruda sino también el mundo
de Neruda. América latina, el panorama internacional. Y ahora
le respondo a una pregunta de hace un rato. Yo voy a Neruda, no sólo
porque es poeta, sino porque pensó la sociedad, el mundo. Y
también porque en Chile se había impuesto una programada
desmemoria.
–Olvidar el socialismo.
–No sólo el socialismo. Todo. Había que olvida todo
y volver a la colonia. La democracia cristiana. Todo, hasta la independencia.
Olvidar todo para luego establecer la lógica y la filosofía
del cuartel. Hablar, entonces, de un poeta que representaba los valores
del pueblo, de la Nación. Era combatir la situación
amnésica que venía trabajada desde arriba. Por eso también
tomé a Gabriela Mistral. Porque ella no sólo era poeta.
Ella tomó, y habló, con muchísima profundidad
y mucho coraje sobre los problemas concretos de América latina.
Pero ella está silenciada. Muchos prefieren la Gabriela de
las rondas para niños a la que se pronuncia sobre la reforma
agraria, la penetración extranjera, el analfabetismo, la falta
de democracia, la hipocresía. Aunque no están en la
plaza, con una espada en la mano y montados a caballo Gabriela y Pablo
son padres de la patria.