Testigo del siglo veinte
Volodia por sí mismo
M.T.C
Revista de Libros de El Mercurio, Domingo 3 de febrero de 2008
La política, la literatura y el periodismo fueron los grandes amores de su vida, como lo testimonió en libros autobiográficos y entrevistas.
"Me casé con la
política, pero la literatura es mi amante", repitió muchas veces, sobre todo a partir de los años noventa, cuando ese amor clandestino y oculto empezó a salir a la superficie. Pero esa disyuntiva era sólo aparente. Porque la gran devoción de Volodia Teitelboim fue la palabra, y con ella enalteció a sus dos amores. Y también al periodismo, su tercer amor y quizás el más ignorado. Basta leer sus mensajes en el Parlamento, o uno de los tantos discursos pronunciados en sus apariciones públicas, o sus alocuciones del programa Escucha Chile de Radio Moscú, para darse cuenta de la nobleza con que trataba al lenguaje incluso en las horas más urgentes y dramáticas, cuando la política llamaba a la acción más que a la reflexión y la calma.
Respetado, perseguido, odiado, querido y admirado, Volodia Teitelboim pasará a la historia por su palabra, esa que dejó plasmada en sus novelas, biografías, memorias, discursos, mensajes y entrevistas. La voz de un testigo y actor del siglo XX que se asomó con curiosidad y asombro al siglo XXI.
"La literatura fue la primera, porque nació del niño lector voraz que en un pueblo de provincia sabía que existía el mundo más allá y tenía curiosidad de saber cómo era. A los siete u ocho años yo me precipitaba sobre toda letra impresa, incluso sobre El Mercurio que mi padre me mandaba a comprar a la estación de Curicó. Recuerdo que me impresionó mucho en el año 23 —tenía yo siete años— leer en el título principal que había fallecido el Presidente de Estados Unidos, Warren Harding. Yo sabía que Estados Unidos era un país muy importante, pero sabía que más importante era la muerte. En aquel momento conocí ese primer espanto que tenemos en la vida: el saber que estamos condenados a morir".
(Entrevista, agosto de 2000)
"Mis camaradeas me dicen en la célula que no soy un poeta revolucionario, sino un pequeño burgués condolido. En verdad, entre las inquietudes de mi vida está la preocupación por la muerte. Sí. Hemos sabido
que has escrito un poema llamado Un pasaporte para la muerte. O sea, eres un revolucionario fúnebre (...). En el Comité Central del Partido nadie decía nada, nadie opinaba así, porque no habían leído ningún versito mío. Su asunto no era la poesía. Pero dos o tres muchachos de la base volvían al ataque: 'No pierdas más el tiempo, dedícate al periodismo revolucionario si quieres ser un comunista de veras' ".
(Antes del olvido. Un muchacho del siglo veinte, Sudamericana, 1997)
"El destierro es una experiencia en que el hombre queda fuera, enajenado de su ámbito natural. No digamos que vive sin sus raíces. Porque ésas las lleva dentro hasta el fin. Son su jus sanguinis. Pero por el momento se le priva del espacio exterior e interior de su tierra de origen. Ese hombre, extrañado de su país real, visceral e insustituible, se transforma por conciencia e inconciencia en un pedazo de patria errante".
(Ser o estar exiliado, enero de 1974, en Noches de radio, Lom 2001)
"Nosotros vivimos una gran utopía, que era cambiar la sociedad por una más justa. Es el centro de nuestro pensamiento y de nuestro sueño, y permanece en el siglo XXI y permanecerá, porque la utopía es un proyecto milenario, que lo han tenido todas las sociedades y las religiones (...). Nosotros vivimos ese sueño y creíamos que podía encarnarse en la Unión Soviética. En los quince años que viví allá, me di cuenta de que era una sociedad muy contradictoria; por un lado, estaban resueltos problemas que en nuestra sociedad no lo estaban, en términos modestos pero igualitarios: el derecho al trabajo, la educación completa gratuita, la salud gratuita, el derecho al descanso; la cultura también fue muy favorecida. Era una sociedad igualitaria, pero no era democrática ni participativa".
(Entrevista, agosto de 2000)