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Ahora vos calculá lo que representa un pase para el Everton
donde además de don Amílcar, que después de todo
no es más que un cafisho de putas pobres, está nada menos
que el doctor Urrutia, que ese sí es Director de Ente Autónomo
y ya colocó en Talleres al entreala de ellos. Especialmente por
la vieja, sabés, otra seguridad, porque en la fábrica
ya estoy viendo que en la próxima huelga me dejan con dos manos
atrás y una adelante. Y era pensando en esto que fui al café
Industria a hablar con don Amílcar. Te aseguro que me habló
como un padre, pensando, claro, que yo no iba aceptar. A mí me
daba risa tanta delicadeza. Que si ganábamos nosotros iba a ascender
un club demasiado díscolo, te juro que dijo díscolo, y
eso no convenía a los sagrados intereses del deporte nacional.
Que en cambio el Everton hacía dos años que ganaba el
premio a la corrección deportiva y era justo que ascendiera otro
escalón. En la duda, atenti, pensé para mi entretela.
Entonces le dije el asunto es grave y el coso supo con quien trataba.
Me miró que parecía una lupa y yo le aguanté a
pie firme y le repetí que el asunto es grave. Ahí no tuvo
más remedio que reírse y me hizo una bruta guiñada
que era una barbaridad que una inteligencia como yo trabajase a lo bestia
en esa fábrica. Yo pensé te clavaste la foja y le hice
una entradita sobre Urrutia y el Ente Autónomo. Después,
para ponerlo nervioso, le dije que uno también tiene su condición
social. Pero el hombre se dio cuenta que yo estaba blando y desembuchó
las cifras. Craso error. Allí no más le saqué sesenta.
El reglamento era éste: todos sabían que yo era el hombre
gol, así que los pases vendrían a mí como un solo
hombre. Yo tenía que eludir a dos o tres y tirar apenas desviado
o pegar en la tierra y mandarme laparte de la bronca. El coso decía
que nadie se iba a dar cuenta que yo corría para los italianos.
Dijo que también iban a tocar a Murias, porque era un tipo macanudo
y no lo tomaba a mal. Le pregunté solapadamente si también
Murias iba a entrar en Talleres y me contestó que no, que ese
puesto era enteramente mío. Pero después en la cancha
lo de Murias fue una vergüenza. El pardo no disimuló ni
medio; se tiraba como una mula y siempre lo dejaban en el suelo. A los
veintiocho minutos ya lo habían expulsado porque en un escrimaye
le dio al entreala de ellos un codazo en el hígado. Yo veía
de lejos tirándose de palo a palo al mellado Valverde que es
de esos idiotas que rechazan muy pitucos cualquier oferta como la gente,
y te juro por la vieja que es un amater de órdago, porque hasta
la mujer, que es una milonguita, le mete cuernos en todo sector. Pero
la cosa es que el meyado se rompía y se le tiraba a los pies
nada menos que a Bademian, ese armenio con patada de burro que hace
tres años casi mata de un tiro libre al golero del Cardona. Y
pasa que te contagiás y sentis algo adentro y empezas a eludir
y seguís haciendo dribles en la línea del corner como
cualquier mandrake y no puede ser que con dos hombres de menos (porque
al Tito también lo echaron, pero por bruto) nos perdiéramos
el ascenso. Dos o tres veces me la dejé quitar, pero ¿sabés?
Me daba un dolor bárbaro porque el jalva que me marcaba era más
malo que tomar agua sudando y los otros iban a pensar que yo había
disminuido mi estándar de juego. Allí el entrenador me
ordenó que jugara atrasado para ayudar a la defensa y yo pensé
que eso me venía al trome porque jugando atrás ya no era
el hombregol y no se notaría tanto si tiraba como la mona. Así
y todo me mandé dos boleos que pasáron arañando
el palo y estaba quedando bien con todos. Pero cuando me corrí
y se la pasé al ñato Silveira para que entrara él
y ese tarado me la pasó de nuevo a mí, que estaba solo,
no tuve más remedio que pegar en la tierra porque si no iba a
ser muy bravo no meter el gol. Entonces, mientras yo hacía que
me arreglaba los zapatos, el entrenador me gritó a lo Tittarufo:
"¿Qué tenés en la cabeza? ¿Moco?". Esto, te juro, me tocó
aquí dentro porque yo no tengo moco y si no pregúntale
a don Amílcar, él siempre dijo que soy un puntero inteligente
porque juego con la cabeza levantada.
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