EL REY PUESTO.
Por Enrique Aravena Ramirez
Roberto de Los Ángeles del Sagrado Corazón,
el Pela´o, era el segundo hijo de Doña Margarita de las
Mercedes y de Don Manuel del Carmen, el albañil especialista
en yeso que junto a su numerosa familia, excluyendo a El Pela´o,
habitaban la pieza grande del lado oriente del Conventillo. La habitación
no era más que un rectángulo donde se organizaba una
mesa y seis sillas, presididas por un cuadro de madera barnizado de
color caoba, donde se retrataban juntitos, retocados a mano y, relamidas
sus peinadas, vistiendo unos trajes de organza y smoking, que nunca
conocieron los jefes de hogar. El ambiente se dividía con una
sabana blanca colgada de un alambre inoxidable de lo que a continuación
pasaba a ser los dormitorios, donde estaban perfectamente alineadas,
con las cabeceras hacia el poniente, seis camas con sus respectivos
veladores y todas separadas en ambientes individuales de la misma
forma que el comedor, con sábanas colgando de alambres que
atraviesan la pieza de lado a lado. La última de éstas,
perteneció al Pela´o Roberto, hasta su regreso del Servicio
Militar, cuando nadie pudo quitarle la costumbre de tomar y se convirtió
en un borracho empedernido, donde no pasaba un solo día de
la semana que lograra mantenerse sobrio, más allá de
las diez de la mañana.
La primera pieza, al costado poniente de la entrada
principal al conventillo, con baño, cocina y, puerta a la calle,
la arrendaba la señora Anita, quien había habilitado
allí un negocio con patente de Restaurante, pero su principal
objetivo no era otro que la venta del bigoteado en caña y,
aquí era donde el Pela´o, desayunaba diariamente su correspondiente
caña de medio litro de tinto con harina de trigo tostado.
El cumplimiento de su Servicio Militar Obligatorio (S.M.O.) no fue
para la vida del Pela´o, un acontecer positivo. Las nuevas amistades
que hizo allí, lo condujeron por un camino que lo alejó
diametralmente de los sueños de su padre, el albañil,
que pese a los esfuerzos, no logró conducir a su hijo por el
derrotero deseado.
El Pela´o, tenía altibajos en su vivir, a veces pasaba
el día a medio filo sacando una horneada muy temprano, cuando
a media mañana, ya no era capaz de sostener su cuerpo y lo
dejaba caer en cualquier rincón de las salientes de las casas,
en plena calle, precisamente allí, donde otros borrachos y
lo chiquillos del barrio desaguaban su cuerpo urgente, cuyos orines
hacía fermentar el sol del medio día, expeliendo un
olor fuerte que el Pela´o parecía no percibir. Cuando
se encontraba en mejores condiciones, su madre, la dolida Doña
Margarita, le dejaba restos de comidas sobre el banco carpintero,
debajo del cual, envuelto en unas frazadas y ponchos viejos, El Pela´o
usaba de dormitorio, pero, cuando éste perdía totalmente
los sentidos, aburrida Doña Margarita, con el pecho acongojado
de madre, botaba los restos de comida y fregaba las ollas en el lavadero,
aparentando no acordarse de su hijo, entonces el Pela´o despertaba
con un apetito de león enjaulado y no encontrando nada sobre
el banco, salía a recorrer la casas del barrio, golpeando puertas
y pidiendo algunas sobritas para matar el hambre. Cuando este frecuente
acontecer le ocurría al Pela´o Roberto, olvidaba también,
totalmente su cuerpo y pasaban semanas completas sin lavarse ni afeitarse
y sus ropas revolcadas por dormir en el suelo, rotas por más
de un encuentro con alguien que no le cayó bien, le daban el
aspecto de pordiosero, a lo que el Pela´o, le sacaba buen partido.
curvando la espalda, inclinando la cabeza hacia el suelo y mirando
por sobre las cejas, aparentando humildad.
Doña Toya, la viuda del comerciante Giuliano Aracelli, se quedó
observándolo después de vaciarle un resto de comida,
sobrante del almuerzo, en un plato de vianda vieja que El Pela´o,
portaba para recibir las donaciones. Allí mismo se sentó
en la vereda y dándole la espalda , comenzó a tragarse
la carbonada con la ansiedad que le proporcionaba los tres días
sin probar bocado. A Doña Toya, le recordó su difunto
esposo, amante de la buena mesa, quien sufría de ansiedad y
cada vez que empezaba a comer lo hacía de una manera desesperante,
totalmente descontrolado y no paraba hasta acabar con todo lo que
ella había preparado, por esa razón se acostumbró
a cocinar en ollas grandes y hacer comida en abundancia, por lo que
ahora que vivía sola, no podía controlarse y siempre
tenía algo para repartir o regalar a alguien quien lo necesitara.
Cuando el pordiosero terminó, recién giró la
cabeza y pudo comprobar que Doña Toya, estaba allí,
parada en la puerta de la reja, observándole con un angelical
rostro de ternura, obligándole a bajar la vista y adoptar una
lastimera actitud de humildad.
-¿Se sirve otro poco?. Le consultó la mujer. El, asiente
humilde y sin pronunciar palabra estira el brazo ofreciéndole
el plato.
Mientras calentaba otro tanto del resto de comida, Doña Toya,
pensó que este hombre no merecía ser tratado como un
animal, no tenía porqué comer en trastos viejos ni en
la calle, puso el plato de vianda vieja en el lavaplatos y tomó
de la alacena un plato de loza hondo con dibujos de colores, que formaba
parte del último juego de vajilla importada que le regalara
el difunto en su, también, último cumpleaños
y vació allí todo el resto de comida que le quedaba.
Con el plato vagueante, se asomó a la puerta.
-Aquí tiene. Pero ahora, como un buen caballero, se lo va a
servir en plato y bien caliente. Mientras El Pela´o, se acerca
para recibir la ofrenda, ella abre con el brazo, hasta atrás
la puerta y retrocede para instalar el plato en la mesa del comedor.
- Y en mesa, como un ca- ba- lle- ro. Agregó. El hombre se
detuvo, como desconfiando de la invitación creyendo que ésta
sería una especie de burla.
-Pase, siéntese y sírvase tranquilo. Dijo ella, tomándolo
del brazo, invitándolo a pasar. Sentado en la mesa, con la
cabeza embutida entre los hombros, El Pela´o, miraba por entre
las cejas, el ambiente de la casa y por el rabo del ojo a la mujer,
que le arrimaba la panera repleta de panes. Del mueble de cocina,
sacó ella, una botella de vino que puso también frente
al hombre, con una copa de cristal de tallo verde, donde el vino rosado
se veía sabrosamente traslúcido. Doña Toya, se
imaginó sirviéndole a su glotonesco marido y se transformó
repentinamente en una dinámica esposa, deshaciéndose
en atenciones para agradar a su consorte.
Desde la muerte de su marido, hacía ya cuatro años,
que a la casa de doña Toya, no había entrado hombre
alguno y, repentinamente ahora sintió una sensación
rara, algo especial le estaba pasando, primero apreció que
ese vagabundo comía con la misma ansiedad de su difunto esposo
y, un extraño impulso la había llevado a sentarlo en
la mesa, justo allí donde siempre se sentó el comerciante
y ahora encontraba que las espaldas de ese hombre deberían
tener la misma talla del occiso y ese traje gris que estaba apolillándose
en el ropero tendría un final más noble si se lo pusiera,
en reemplazo de los roídos trapos que vestía. Llenándole
nuevamente la copa de rossé, que suena cristalino y sabroso
a los oídos del Pela´o Roberto, doña Toya, le
consulta.
¿Usted me aceptaría un regalo?. Y sin esperar respuesta
continúa. – Espéreme aquí, no se vaya, ya vuelvo.
Mire. Le dijo, mostrándole el elegante terno gris con que su
marido asistía a las reuniones de la Cámara de Comercio.
– Le va a quedar bien. Afirmó ella. – Usted tiene el mismo
cuerpo de mi marido. Le aseguro que se va a ver elegantísimo.
Sin decir palabra, Roberto de los Angeles, la miraba de medio lado,
encogiendo el cuello sobre su hombro izquierdo, con desconfianza,
blanqueando los ojos, mirando alternativamente la botella, donde aún
debería quedar como una copa de rossé, y por esa copa,
que al paladar del Pela´o, resultaba un manjar, estaba dispuesto
a prestarse para cualquier cosa.
A ver. – Dijo ella, tomándole de los hombros y haciéndole
girar su cuerpo de manera que éste quedara frente suyo, mostrándole
la oquedad violácea de su boca pestilente, expeliendo un fétido
hálito etílico, para comenzar a retirarle ese chaquetón
mugriento y rugoso. - Sáquese esta chaqueta vieja. Con la nueva,
le seguro que lo van a confundir con un gerente de banco. Roberto,
con lo ojos abiertos, parece mirar y no ver, fijas sus pupilas en
la nada , respira profundo, resollando el aire por las narices, cual
semental sediento antes de la cruza. Doña Toya, tira el trozo
de trapos viejos en el rincón detrás de la puerta y
toma la botella de vino por el gollete, vertiéndola en la copa
que ofrece al Pela´o, que la levanta empinándosela como
el cáliz obispal. Ella, escurre sus manos sobre la camisa palpando
el cuerpo robusto del hombre más joven, sus ojos bailan y la
tez antes rugosa, se torna de pronto tersa y brillosa, como si algunos
años se hubiesen extraviado en el vacío emocional haciendo
complicidad con la aparición repentina de la lívido
perdida. - Esta camisa sucia no vendría bien con el traje nuevo.
Asegura ella, iniciando un cuidadoso y acompasado desabrochar de botones,
mientras su rostro de sonrisa cómplice, muestra un jubilo anhelante
al ver escaparse urgentes los bellos del tórax. Sin pronunciar
palabra, con el torso desnudo, Roberto mira el suelo y la botella
vacía tirada sobre la alfombra. Doña Toya, corre a la
alacena y regresa descorchando una nueva botella, ahora un Cabernet
Souvignon, que seguramente nunca antes había probado el Pela´o,
experto en pipeño y bigoteado en caña, que por las mañanas
engruesaba con un poco de harina de trigo tostado, en el bar de Doña
Anita.
El Pela´o, debajo de esa barba tupida de varios días,
tiene las mejillas morenas y los cachetes inflados, sus patillas no
pintan todavía ninguna cana y ausentes están las arrugas
en su frente y en el rabo de los ojos, por lo que su ancianidad no
es más que una simulación inspiradora de lastima en
su acto de pordiosero, en gira teatral por las calles del barrio.
¿Te quieres bañar? Le consultó ella, como haciéndole
una proposición maliciosa. Con una sonrisa cómplice
en su rostro, transformado de niña, de ojos alegres y pupilas
bailarinas, a los que ningún hombre se podría negar.
– Ven. Le dijo, tirándolo de una mano, sin soltar de la otra
la botella, conduciéndolo al baño.
Junto a la tina Doña Toya, se empina la botella y bebe un sorbo
que baja cantando por su garganta y se la entrega a Pacífico,
que parado con la vista fija en el espejo, permanece inmovilizado,
estoico, mudo, con la vista fija en el espejo. El agua que comienza
a caer desde la regadera emite un ruido claro, mientras ella le toma
de los hombros y mordiéndose las labios, con los ojos cerrados,
comienza a escurrir sus dedos por el torso desnudo, cubierto de bellos
transpirados, llevando su imaginación quien sabe a que recuerdo
o fantasía soñada, transformándola en hembra
urgente para soltar la hebilla del cinturón, desabrochar el
botón de la pretina y bajar la bragueta del pantalón
que comienza a deslizar suavemente hasta los pies del Pela´o,
y desvestirlo completamente, quedando de rodillas con los ojos frente
a un sexo desestimulado y diminuto que semeja un fruto de maní,
de cascara pálida y rugosa. No obstante la libido ardiente
apura a la mujer, secándole los labios, que humedece con su
lengua sedienta, que sale de una boca llena de sonrisa, confabulando
el deseo con ojos inquietos y chispeantes, a la vez que el agua cambia
su melodía al rebalsarse por sobre los bordes de la tina de
baño, con los desagües tapados, amenazando una inundación,
obligándola a meter rápidamente la mano para sacar el
tapón del costado, mojándose la manga de la blusa.
Ya. Dijo ella.- Me mojé toda. Me tengo que sacar la blusa.
Aunque no quiera. Comenzando a desabrocharse, descubriendo la parte
superior del sostén, por donde se asoman fulgurosos sus pechos
realzados por la presión inferior del sostén que los
infla como globos a punto de reventar. La blusa desaparece en un rincón
debajo del lavamanos y Doña Toya induce a Pacífico a
introducirse en la tina, él accede en silencio, se deja llevar,
se deja querer, por un vaso de vino puede permitir cualquier cosa,
inclusive, la proeza de bañarse.
Los dedos de Doña Toya, se deslizaron suavemente distribuyendo
el jabón por el cuerpo del hombre, descubriendo con detalles
cada forma del cuerpo, dimensionando con admiración el ancho
de sus hombros, la dureza de los biceps, el contorno de cintura ,
la firmeza de los muslos, la rigidez de los glúteos y hasta,
con los ojos cerrados, pudo apreciar la firmeza e imaginar el llenado
del escroto, cuyo tacto disimulado en caricia, transformó en
un cúmulo de sensaciones que recorrieron enteramente su cuerpo
y que su sangre caliente, llevó hasta su propio sexo, obligándola
a juntar los muslos, sin cerciorarse como las burbujas de shampoo,
jabón y agua, habían salpicado el corpiño hasta
mojarle completa la copa derecha, lo que indujo a doña Toya,
a sacárselo y quedar a torso desnudo, dejando libremente ante
los ojos del Pela´o, sus dos medianamente caídos pechos,
que el pela´o vio con asombro, su condición de paria
no le había dado muchas oportunidades de apreciar y disfrutar
semejante imagen, la única, que con frecuencia traía
a su memoria, era la de su hermana Herminia, cuya silueta disfrutaba
en la sombra proyectada en las sabanas que dividían las camas,
cuando esta se cambiaba de ropas o se desvestía, por las noches,
silueta de mujer, causante de sus primeras masturbaciones. Y este
recuerdo llevó al Pela´o, a deslizar suavemente sus manos
por el cuerpo de doña Toya, que terminó convertida en
un pez, desnuda completa, metida en la tina junto al Pelaó,
chapoteando el desenfreno de sus deseos.
El traje gris, del occiso comerciante, le quedó al Pela´o,
como si el sastre italiano, hubiese sabido su talla y como si la casa
de doña Toya hubiese sido la legendaria “Pensión Soto”,
el Pela´o se quedó allí, como rey puesto, al rey
muerto.
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