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EL VISITANTE DE LA CALLE DE LAS VIUDAS

Enrique Aravena Ramírez


Llovian zapallos el día que apareció por la calle, que todo el barrio conocía como "La calle de las viudas", un quiltro mal oliente, tiñoso, atestado de garrapatas, tiritando de frío, meciendo su cuerpo asopado como plato de pancutras, tratando de protegerse de los tremendos goterones que caían del cielo, en medio de un frío insoportable, poco común en esta zona y que todos culpaban a extraños fenómenos climáticos producidos a causa de la corriente del niño. Tanto era el frío reinante, que las mandíbulas del pobre perro se daban con toda fuerza, como queriendo dar rienda suelta a esa rivalidad que han tenido desde siempre, la de arriba con la de abajo; los dientes castañeteaban sin ritmo alguno, también tratando de demostrar cual era el más resistente. Al reparo del árbol más frondoso que está a mitad de cuadra, justo frente a la casa rosada de la viuda de Carreño, fue donde el canino se dio esas vueltas que dieron la impresión de querer alcanzarse la cola, removió la tierra húmeda, como acomodando el lecho y se echó resignado a su condición de paría, a esperar que amaine el aguacero y se calme el frío. Tan humilde y lastimero fue su accionar que sin quererlo, inspiró en la viuda un enorme sentido de compasión, la que sin importarle la agresividad del viento gélido, ni la cantidad de agua que se derramaba del cielo, fue a la cocina y vació en un tiesto los restos de comida sobrantes del almuerzo y los puso a su merced, al reparo del mismo árbol. El hambriento demoró, lo que demora una beata en hacerse la señal de la cruz, en hacer desaparecer el contenido del plato y lamerlo hasta dejarlo brilloso.

Tan agradecido quedó el animal, que media hora más tarde se acerca a la puerta de la casa de la bondadosa viuda, el cartero, al que le ladra, le gruñe y le pela los dientes, impidiéndole acercarse a la puerta de la reja de entrada, no dejándolo cumplir su cometido, lo que lejos de incomodarle, le agradó a la viuda la actitud del guardián, por lo que al día siguiente y los que continuaron, volvió a proporcionarle al quiltro los restos de comida y consideró que el comportamiento de este descendiente, con rasgos lejanos de perdiguero, le sería un buen guardia de seguridad para su casa.

Lo anterior lo comentó días después la señora, con su vecina y amiga de la casa contigua del lado sur Doña Mariana Viuda de Contreras, a quién también le agradó la idea del guardián, el que podría servir para toda esa cuadra sembrada de habitaciones con mujeres solas, desprovistas de una compañía que impusiera respeto, quién, además de guardarle los restos de comida, comenzó a incluir en los pedidos semanales del supermercado, un kilo de huesos para sopa, con lo que le preparaba cada dos o tres días un cocimiento que lo dejaba durmiendo el resto de la tarde completa. Lo mismo hizo la señora Ninfa, viuda de Escudero, quién habitaba la casa de piedras del sector oriente y también la viuda de Aracelli, la señora Toya de la casa de rejas verdes y, la solterona Joselin Gosch, de la casa blanca del sector poniente. Mujer sola, última descendiente de una familia de alemanes, avecindada en este país desde mediado de los años cuarenta, de quien se dice que sin ser viuda, se le considera como tal, porque después de haber sido hasta reina de belleza, poseedora de un cuerpo escultural que hubiese querido moldear el mejor de los artistas, tuvo tantos pretendientes que no supo cual elegir y se quedó para vestir santos, lisa y llanamente porque tampoco supo que la última vez que le ofrecieron matrimonios, iba a ser precisamente eso, "La última vez".

Sin quererlo, el extraño visitante se transformó en el regalón de la calle, en el guardián confiable de las mujeres solas, en el respeto faltante en cada una de las casas, en el marido ausente de las viudas resignadas. Tanto así, que cada una se esmeraba para otorgarle al visitante, una atención especial y diferente. Las atenciones comenzaron con el primer baño que le diera doña Ninfa, una vez terminados los gélidos días de invierno y entibiaron la tierra los primeros soles de la primavera. Doña Mariana, la viuda del Sub-oficial ® Eduardo Contreras, a través de la sociedad protectora, pidió que el mismísimo veterinario de las fuerzas de Orden y Seguridad, el Capitán Hermógenes Catrileo, antiguo amigo y compañero de su difunto marido, viniese a visitarlo a su propio domicilio, lo desinfectara contra cualquier posible infección, lo inyectara con las vacunas correspondientes y lo dotara de algunos antídotos contra cualquier insecto y/o pedículo garrapatoso que pudiera anidarse en su escaso pelaje.

La señora Toya, viuda del comerciante de origen italiano, Giuliano Aracelli, quien fuera brutalmente asesinado por la buena mesa y cuyo funeral se recuerda por el hedor nauseabundo que transcendiera el barrio entero al reventársele la panza, producto de la exagerada inflamación del hígado, por su avanzada cirrosis, le compró en una tienda para mascotas, un collar antipulgas y, un plato de doble fondo en una reunión de productos Tupperware. Doña Eulalia, viuda del transportista Dagoberto Carreño, quien terminara sus días trágicamente aplastado por su propio camión un día que desmontó el tren trasero para efectuar una reparación de boggie, encargó un saco de comida para perros, a través de esas ofertas de televisión, donde las entregas las efectúan a domicilio, solamente llamando a un teléfono que aparecen en pantalla junto a la bandera del país correspondiente.

Tantas fueron las atenciones entregadas al visitante, que éste se pegó al paisaje de la calle de las viudas, como un objeto infaltable en cualquier fotografía familiar y se quedó allí como un vigilante de tiempo completo, ganándose el cariño de cada uno de los habitantes de la calle, recibiendo exageradas atenciones debido a que muchos lo consideraron parte de sus propias familias . Los parientes de la viuda de Carreño, apegados a cierta religión, creyente de la reencarnación, llegaron a especular que éste era la reencarnación del propio marido que había vuelto en el cuerpo del animal, para continuar cuidando de ella. Por las noches, cuando el ladrido ronco del perro viejo, llenaba los aires de la calle, por la presencia inesperada de algún gato cruzando los tejados, la vieja, se imaginaba la voz gruesa del difunto y, rosario en mano se dormía después de varias Ave Marías.
Cuando alguna de las mujeres solas, debía abandonar la casa, por el pago de sus montepíos, o cualquier trámite especial, este las acompañaba, siguiéndolas a cierta distancia hasta la esquina, donde tomaban, ya fuera el microbús o un taxi colectivo. Lo mismo hacía cuando alguna de ellas salía a efectuar las compras diarias al negocio del barrio. Todos, sin excepción, de alguna u otra forma, se esmeraron por prestarle algo de atención, al punto de comenzar a despertar celos entre ellos y echar a correr rumores, a fin de que nadie supieras las atenciones de los otros y, aunque nadie tenía los derechos de propiedad del animal, todos se decían ser sus dueños y lo defendían con palos y ollas de agua caliente cuando este se tramaba en riñas descomunales, con otros de su misma especie, que osaban entrometerse en su territorio.

Los hijos de Doña Eulalia, viuda de Carreño, acusaron de zoofilia a la solterona de origen alemán, Joselin Gosch, porque dijeron que la habían sorprendido en pleno acto con el perro. Ella desnuda con la cola levantada, afirmada del espaldar del sofá en el living, mientras el animal la montaba, jadeante y tembloroso, el que posteriormente salió corriendo al patio, perdido en una loca carrera, sacudiendo su cuerpo, mientras en su parte baja, le colgaba una especie de pitón puntudo, de carne roja. La Alemana, desmintió el hecho, diciendo que ella sólo había dado al animal, un baño en la tina y que para tal efecto, para evitar mojar sus ropas y mayor comodidad, se había puesto un traje de baño antiguo que ya no usaba y que cuando procedía a secarlo, con el secador de pelo, el animal juguetón, la botó de un brinco, pasó sobre ella y salió corriendo al patio, donde se sacudió, y se revolcó en el jardín, secándose de la manera que ellos saben hacerlo.

Un día, después de varias heladas y húmedos inviernos en que el callejero gozó de atenciones exageradas para su condición, cuando los árboles eran ligeramente sacudidos por el viento y nubes amenazantes cubrían de gris el cielo, como era de costumbre, el sabueso regresaba de haber acompañado a doña Ninfa, por un recorrido de varios almacenes en la búsqueda de condimentos para complementar una receta de cocina, cuando al mismo tiempo, salía corriendo desde su casa, la viuda del transportista, para recibir a su hijo mayor, quien regresaba de un viaje en el mismo camión con el que sufriera el accidente su difunto padre, con el cual, al heredarlo, heredó también profesión y oficio. El animal quiso sumarse al jolgorio corriendo y saltando alrededor de la viuda de Carreño; carreras largas que llegaban hasta la mitad de la cuadra iban y venían, saltos y carreras se confundieron junto a la mujer y al transporte que era maniobrado para estacionarse en la calle estrecha y, nadie se dio cuenta cuándo, cómo, ni en qué forma, el hasta ahora agraciado animal, fue a parar debajo de las ruedas traseras; justo allí, en el mismo mando final que aplastara al occiso marido de Doña Eulalia. La loza asfáltica de la calle, volvió a cubrirse de púrpura con la sangre roja del perro. A la mente de la mujer regresaron imágenes de dolor que no quería recordar, volviéndola completamente histérica, lanzando gritos desesperados, perdiendo todo el control de ser normal y racional, imposibles de controlar y los únicos que pudieron calmarla fueron los paramédicos que llegaron en una ambulancia y, la amarraron con una camisa de fuerza y la inyectaron allí mismo en plena calle. Doña Toya, la viuda del comerciante italiano, lloraba en silencio, secándose las lágrimas con una bufanda de lana tan larga que le daba dos vueltas al cuello y el resto le colgaba por la espalda hasta llegar al suelo. Doña Mariana permanecía estoica, parada allí en plena solera, muda como una estatua o cual guardia de punto fijo, rindiendo honores a un militar caído en acto de servicio. Doña Ninfa cuyo desaparecido marido había sido constructor, llegó con los ojos llenos de lágrimas trayendo las herramientas para cavar en la misma vereda un hoyo que sirviera de sepultura, mientras todas y sin excepción, dieron el pésame a la solterona alemana Joselin Gosch, de la misma forma como se los dieran a ellas en sus respectivas oportunidades, cuando con toda ceremoneidad, debieron entregar el cuerpo de sus maridos al festín de los gusanos, como si el occiso hubiese sido su marido. Y, es desde entonces que la solterona, con toda propiedad, es considerada con derecho a vivir en "La Calle De Las Viudas".

El frío reinante calaba los huesos. El viento sacudía los árboles, el cielo comenzó a derramar goterones del porte de los zapallos.

 

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ENRIQUE ARAVENA RAMIREZ, Escritor chileno. Es autor de numerosos relatos y ha obtenido diferentes distinciones que comienza con la primera mención honrosa en el Concurso Nacional de literatura de la Secretaría de relaciones Culturales de Gobierno , en l978 con su cuento "LA RAMA". Ha obtenido distinciones en concursos de la S.E.CH. Antofagasta, y también de la Ilustre Municipalidad de esta misma ciudad. En 1987, publica "TRES CUENTOS PARA UNA HIJA", y en 1990 un volumen de cuentos titulado "CUENTOS DE CALICHE." Su cuento "CON LUNA Y CERVEZA", fue incluido en 1991 en la "ANTOLOGÍA DEL CUENTO MINERO CHILENO", del Institutode Ingenieros de Minas de Chile. Su cuento "LA FLOR DE LA ÑUSTA", fue llevado al teatro por el grupo de teatro de los funcionarios de la Municipalidad de Antofagasta , y su cuento "LA PALOMA", fue incluido por el Critico Literario Antofagastino Sergio Gaitan, en su libro "AUTORES Y TEMAS DE LA SEGUNDA REGION", También aparece con su cuento "EL OTRO", en el libro "ENTRE CUENTO Y CUENTO", de autores activos en la Región del Maule. En 1997, obtiene el primer premio en el Concurso Nacional, Antonio Pegafetta, de la S.E.CH. de Punta Arenas, con su cuento "EL LAGARTO DEL CONVENTILLO."

Nacido en Talca, en la mitad de siglo pasado, (1948 ) ha trabajado por largo tiempo en el norte Chileno, ( Maria Elena, Pedro de Valdivia, La Escondida, Pampa Yumbes ) por lo que gran parte de su narrativa tiene vinculación con la cultura minera y los paisajes desérticos, sin embargo no está ausente lo social y lo urbano que entrega como un aporte literario a la cultura de nuestro país, con pasajes de la idiosincrasia de nuestro pueblo.

Enrique, escribe a intervalos en medio de las exigencias del trabajo faenero y su constancia ha permitido que su narrativa tenga un alcance nacional y permanente.


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