..........-Miré hacia el Puente de Cal y
Canto y estaba también repleto de espectadores. Era, Skaldaspillir, como
si la ciudad entera se hubiera convertido en un teatro magistral, donde
no existiera sino el escenario y los actores: ningún espectador era
posible ya, pues todo el mundo se hallaba de algún modo implicado
desempeñando un papel. Pero era, al mismo tiempo, una obra escrita ante
nuestros ojos por la Historia, o tal vez, se trataba de la Historia
mostrándose a sí misma, enseñándonos la s sutilezas de sus partos,
efectuando una contorsión con rasgos de catarsis. oco a poco todo
comenzaba a cobrar significado, y tal significado se reflejaba en los
rostros de los actuantes, en los sonidos que emanaban del escenario
gigantesco, en el humo que condecoraba la mañana ondulando su amargo
espasmo negro, en el río infeliz que servía de espejo a la tragedia,
devolviendo imágenes grotescas, heroícas, desgarradoras o
patéticas.
..........José Brillante Único
se había puesto de pie con un cuerno de vino en la mano. Elevaba el
brazo y bebía, sin ninguna ceremonia ahora, una densa bocanada de
niebla. Los cabellos negros, enredados sobre la frente, caían en
mestizas rodajas sobre los lóbulos de su orejería, apenas visible bajo
la maraña de las guedejas. La camisa comenzaba a abrirse sobre el pecho,
y el pecho se veía tostado y lampiño, con una cicatriz a modo de
tatuaje, y un tatuaje metamorfoseado en cicatriz. Así como el aura de
Skaldaspillir era dorada cuando su emoción se erguía en mitad del
aposento, el aura de José era morena y su emoción estaba irguiéndose en
mitad del aposento.
..........-De pronto
-continúo- escuchaba exclamaciones de estupor e indignación. Pero cerca
mío un grupo aplaudía complacido, dos parejas yacían borrachas,
abrazadas sobre un trozo de hule, y más lejos, afirmada en un árbol sin
cáscara, lloraba una mujer. Su manera de llantear era completamente
ímpudica, pues no había quién no reparara en ella a causa de la limpidez
y el estilo de su sollozo, que parecía conocer perfectamente, que
parecía haber trabajado mucho tiempo. Nuevos actores abandonaban sus
viviendas y se acercaban tanto como podían a la parte delantera de la
escena, que, sin embargo,estaba todavía lejos. Pero no tardaría -me
dije- en llegar acá.
.......... La pausa
de José fue ahora marcada de manera mucho más intensa, porque su voz
había abrazado con tan singular eficacia todo el espacio sonoro
circundante, que ya no se oía la voz del mar. Skaldaspilir, trastornado
por el descubrimiento, se puso de pie para aprciar mejor el sedicioso
espectáculo.
..........-No bien recorrí
una legua y media, enfrenté el primer grupo que subía huyendo desde las
inmediaciones del humo. Marchaban al trote, en tropel, y cada cierto
tiempo se paraban para mirar atrás, agarrándose de las corbatas. Alguien
murmuró quedamente:
..........-No miréis
atrás, que allá sólo quedan las ruinas quemadas de nuestra
inexperiencia.
..........-Supe que algo
tremendo estaba ocurriendo, no ya sólo en el punto neurálgico de la
columna de humo, sino en toda la ciudad, e incluso, en la periferia de
la ciudad. Los centrífugos contaban cosas increíbles.
..........-El compañero Adelantado se parapetó en
la Casa Capitular -decían- y se defiende a sangre y fuego. Todo en torno
suyo está cubierto de cadáveres: son los cuerpos de sus camaradas
muertos.
..........Y decían:
..........-Su perro estaba herido y le pidió
permiso para matarse. Él le habría reprochado:
..........-¿Cómo vas a matarte en mitad de mi
último discurso?
..........Y su perro
habría respondido:
..........-Es que no
soporto la vista de mi sangre ni el rencor del dolor que está
viniendo.
..........Levantando la voz
inquirí:
..........-¿Dónde se halla el
Puente Manuel Rodríguez?
..........-Se
llama así -dijeron- en memoria de un héroe de nuestra única
independencia, y es aquel que se ve allá abajo, donde las aguas forman
un remolino que arenga a los pasantes rugiendo: ¡Aún tenemos patria,
ciudadanos!
..........-Sin correr me
aparté en esa dirección. A mi lado apareció un tipo cargado con
aparatos. Llevaba una cámara filmadora y me puso entre las manos el
equipo de grabación.
..........-¡Ayudeme
usted compadre! -gritó- ¡mire que esta huevada pesa mucho!
..........-¿Dónde vamos?
..........-Driblea no más, vamos a entrar al área
para filmar lo que está pasando.
..........-¿Y qué es lo que está pasando?
..........-Te lo diré cuando revele la
película.
..........-La marcha comenzó a
hacerse muy penosa en razón de un extraño olor a gas que se expandía por
doquier. La muchedumbre estornudaba, lagrimeaba, y terminó desplegándose
un poco con el fin de airearse, por lo que continuamos caminando solos.
Fue entonces que oímos un rugido de motores en la altura y vimos los dos
Halcones Cazadores elevándose como flechas plateadas muy arriba.
Filmábamos y grabábamos. En un momento particular de la obra, muy
intenso, se inmovilizaron, embistiendo acto seguido con sus narices
bajas descendiendo otra vez como flechas. Picaron a gran velocidad
contra la base de la columna de humo, que seguía engrosando. Casi todo
el mundo podía oír ahora el fragor de la batalla sin necesidad de
altaoces. Apenas cruzamos el Puente Manuel Rodríguez topamos con los
primeros estropicios visibles. Tirado en un charco de sangre junto a su
caseta, yacía el cadaver de un vendedor de diarios. Tenía una pierna de
palo, y hasta la mismísima pierna de palo estaba astillada, segada por
una ráfaga malévola. Alguno lo había tapado con páginas sueltas de su
propia mercadería.
..........-¿Me
escuchas, Ari Skaldaspillir? Ahora descendíamos la suave pendiente de
las calles que bajan desde los Tajamares hasta el Centro, y cada vez, un
cuadro más lleno de horror, un paisaje implacable, cobraba forma a
nuestro alrededor. Al cabo de un rato estábamos saltando literalmente
sobre los cadáveres, como sobre charcos, tirados en los pasajes, en las
aceras, pisoteados por las orugas de metal en plena calle. Desde la
torreta de sus hierros, los Aciagos de la ierra nos contemplaban sin
decir palabra, con los rostros pintados de negro, y una actitud inmóvil
y expectante, que recordaba la del buitre participando en un cruel
festín de gritos, carroña y miasma. La cuestión fundamental,
Skaldaspillir, se cntraba en un hecho: por primera vez asistíamos en
cuerpo y en espíritu a un fenómeno que no es inusual en aquellos
lugares, pero que ahora contemplábamos con un ojo que a su vez se
aprestaba a cargar la memoria hasta los bordes. Veíamos claramente que
no se trataba de una guerra, ni de una insurrección, ni una sublevación,
si siquiera de una asonada, sino de una matanza: los Aciagos de la
Tierra en unión con los Felones de la Costa y los apaces del Aire,
estaban ocupando militarmente su propia ciudad, su propia provincia, su
país entero, y para ello, mataban por el puro placer de matar, sin
propósito, a sus conciudadanos civiles indefensos, que en principio
estaban encargados de proteger. Poco después comprendimos también que el
único lugar donde se estaba combatiendo realmente era en la Casa
Capitular y sus alrededores. Debíamos avanzar con sumo cuidado, de
quicio en quicio, de zaguán en zaguán, de pasaje en pasaje, porque ya
las primeras balas estaban rebotando cerca de nosotros. De repente, a
una centena de metros, en la calle por la que nos hallábamos
progresando, estalló un tiroteo. Nos protegimos paramirar. Vimos en la
parte alta de una casa muy vieja, a una joven armada de un pistolete, un
arma de fuego pequeña y vetusta. La joven tenía cabellos largos, lisos,
y el rostro moreno. Parecía delgada, firme y decidida. Recuerdo sobre
todo su blusa rota y su apretado pantalón de mezclilla azul. Los Aciagos
de la Tierra treparon por la parte trasera de la casa. Llegaron hasta la
palomera y sin aviso le tiraron a quemarropa. Divisé nítidamente la rosa
roja que se le abrió en la sien y el río de sus cabellos muertos que
rodó hacia la calle, congelándose en la caída, cuando aflojó la cabeza.
Percibí su desprenderse del aire, su insoportable caer de bruces sobre
el breve parapeto descascarado, donde los dulces senos que quedaron
apretados sin vuelta. Intuí la ausencia de gemido y de sollozo. Entonces
se aquietó allí la primavera muerta en el tejado el once de septiembre a
mediodía.
..........El que estaba a mi
lado y filmaba, levantó la cara y gritó:
..........-Oye, Dios: ¿estás mirando
todavía?
..........-A la carrera doblamos
sobre otra calle, y luego otra calle -bramó la voz de José- hasta que
vimos la Casa Capitular. Enormes llamas crepitaban en los ventanales y
los balcones vetustos. Nos apostamos a una treintena de pasos,
parapetados otra vez en el primer zaguán con que topamos, tirados en el
suelo, entre muertos tibios y heridos sacudidos por estertores. La
balacera tremolaba, el calor resblandecía el asfalto, el aire había
huido, y esquirlas de plomo, de hueso y de piedra golpeaban
restallantes, volando enfurecidas en una maligna dispersión de avispas
pardas. Todo era pardo, como en las fotografías antiguas. Filmábamos y
grabábamos sin movernos, para que no nos volvieran a tirar encima, pero
en verdad, cuanto quedaba vivo, tenía los ojos clavados en las llamas y
el humo se movía aún. Hasta que súbitamente alguién abrió una pequeña
puerta lateral, en el costado de la Casa Capitular, y comenzó a salir
gente -hombres y mujeres- con los brazos en alto. Al final venía una
joven de rostro aceitunado y cabelos recogidos sobre la nuca. Se llamó
Beatriz. Un hombre apareció detrás de ella. Llevaba casco blindado,
apretaba en las manos un fusil de asalto, se cubría la boca con un
pañuelo atado por detrás, al cuello, para protegerse del humo. Pero a causa de
sus lunetas ópticas lo reconocí inmediatamente. En mitad del humo, del fragor,
del estruendo, de las balas, de los cañonazos, del rugido de los Halcones Cazadores, de los muros despedazados
por los impactos, de los vidrios rotos llenos de sangre, de los gritos, de los gemidos, de las imprecaciones, del
pesado olor a genocidio, a magnicidio, a derrumbe, a traición y a indefensión absoluta, padre e hija, hija y padre, intercambiaron algunas sobrias palabras,
se miraron a los ojos, se besaron tiernamente, se estrecharon las manos, y luego, el padre adusto y admirable
empujó a la hija abnegada y admirable hacia la calle, cerrando la estrepitosa puerta
en las mismísimas barbas de su irrevocable tentación de morir.
..........La voz
de José se alzaba como un silbido ronco que le subía del pecho para chocar rebotando en los muros octogonales al interior del faro.
..........
-¡Solo contra millares de Aciagos de la Tierra! -aulló-, solo con su conciencia, solo con el respeto por su altísimo deber, por su invencible responsabilidad, solo con su desesperado amor multitudinario, solo en medio de su brusca soledad megalítica. Y su tirante pulso de piedra desbaratando para siempre la traición de quienes habían
mancillado el empedrado de la Plaza del Manuscrito Fundacional. Y su furiosa pupila de mohai escrutando e interrogando la historia con el ceño fruncido.
Y su incontenible gesto estremeciendo los cimientos de la hipocresía contemporánea, que lo miraba caer irrepochablemente, no vencido sino venciendo, no humillado sino humillando, no muriendo sino esfumándose -porque los héroes no
mueren: se esfuman-, no descendiendo sino alzándose, no claudicando sino imponiendo condiciones intransables. No perdido sino encontrando para siempre por el desamparado corazón
de su pueblo.
..........Esta pausa fue la más densa, la más larga, la más verdadera de todas. Ari Skaldaspillir despertó sobresaltado de su contemplación auditiva, arrojó el vaso contra el muro, esperó todavía
un poco más la aparición de otra palabra, y terminó por gritar:
..........
-¿Y tú, qué fue lo que hiciste, cabrón?
..........-Abrí los ojos -dijo Bregante con voz suave y ronca- y lo miré, y abrí el oído y lo escuché, y abrí la conciencia y lo amarré, y abrí mi corazón
y lo abrigué.
..........-¡Por la altísima sangre de Balder! ¿Te has quedado parado allí mirándolo? ¿No corriste a morir con él hasta su muerte? ¿No te acercaste a su heroísmo?
¿Qué te costaba dar un paso? ¿Por qué lo abandonaste en la hora del muérdago?
..........
José se estaba calmando, como después de una eyaculación. Lo contempló con los ojos vacíos, un instante silencioso, sin mover un músculo, dominando toda su compleja emoción. Al fin levantó la cabeza y confesó:
..........-Yo no lo sé, Ari. Sinceramente, no lo sé. Pregúntaselo a María Parabellum.
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