A TI, EVI, HERMANA MIA.
CREACIÓN
Víscera, fruto vagando en la niebla,
entre mil soles
vagando en la niebla,
víscera, fruto vagando sin
tiempo,
entrevenoso, ascendiendo insolado,
cántico, bosque de
astros, estepa,
¿de qué región tropezando, cayendo?
Bloque de
semen, radiante, aguerrido,
¿por qué designio vienes a ser
mío?
Cuando el ovario amoroso te ansiaba,
cuando el rosal de la
carne te ansiaba,
¿cómo saltaste el no ser de tu espacio
para
mezclarte al sudor, al deseo,
al tifón térreo, al jadeo, a la
fragua?.
¿cómo rompiste la malla sin días?,
¿cómo te hundiste
en el mar del abrazo?
Golpe de ascua, relámpago vivo,
¿por qué
designio vienes a ser mío?
En la vertiente crucial derramado,
cima triunfante,
temblor derramado,
brote sagrado, bastión, red
sufriente,
vasto aletazo: te sé poderoso
como la dicha del
surco más grávido,
como cascada en la piedra sedienta.
Limo
fragante: despunta, no ceses.
Colma mis huesos, enjambre,
racimo.
Crece en lo amado para ser mi hijo.
ALUMBRAMIENTO
Oh henchido vientre, vientre luminoso,
la hora del mundo
estalla;
abre las alas: suma claridad
rodea la
granada.
Asoma, rayo de materna luna:
conoce el aire, mueve las
entrañas;
manantial esperado, entrega el ronco
bramido: ciega
lanza.
Oh bendita placenta nacarada.
Oh tempestuosa calma asiendo
calma.
Oh hijo, desarraiga,
asoma, despiadado y
escarlata.
Mármol, mármol que mana.
Piernas sangrientas: oh bullente
escala.
Sube, hijo mío, hasta
que subida no haya.
Aviva, aviva, rasga
la telaraña, rasga;
hijo mío,
raudal,
vendaval, trepa, asalta.
El cielo anhela contemplarte:
contempla el cielo cara a
cara:
eres el día abriéndose en torrentes:
¡espuma!, ¡roca!,
¡jarcia!
Junta la herida con la herida,
junta la noche con el
alba.
Hijo tendido hacia lo alto:
junta el pañal con la
mortaja.
Oh jarcia, oh roca: arriba;
más arriba, campana;
más
arriba, más arriba,
vendaval, trepa, asalta.
Quiero que encuentres a mi padre
como en encuentro de
montañas:
el cielo anhela contemplarte:
contempla el cielo
cara a cara.
Amado cuerpo de cansancio,
dolor amado, siembra
amada,
funde en tus brazos a los que se han ido,
junta la
noche con el alba.
Junta la herida con la herida,
junta mi carne con tu
alma,
junta la herida con la herida,
contempla el cielo cara a
cara.
Aviva, aviva, rasga
la telaraña, rasga;
hijo mío,
raudal,
vendaval, trepa, asalta.
Oh henchido vientre, vientre luminoso,
la hora del mundo
estalla;
asoma, rayo de materna luna:
conoce el aire, mueve
las entrañas.
Abre las alas: suma claridad
rodea la
granada.
Manantial esperado, entrega el ronco
bramido: ciega
lanza.
Oh bendita placenta nacarada.
Oh tempestuosa calma asiendo
calma.
Mármol, mármol que mana.
Piernas sangrientas: oh
bullente escala.
Oh hijo, desarraiga,
asoma, despiadado y
escarlata.
Sube, hijo mío, hasta
que subida no
haya.
Manantial esperado, sube, sube,
abre las alas, sube, abre
las alas,
asoma, rayo de materna luna:
conoce el aire, mueve
las entrañas.
Oh henchido vientre, vientre luminoso,
la hora del mundo
estalla;
abre las alas: suma claridad
rodea la
granada.
HIJO
Arbol huracanado, violenta tierra viva:
para tus olas
hiende mi corazón la luz;
sea el ímpetu el sueño que te cubra,
hijo mío;
yo seré el edredón de la cuesta dormida.
Eterno lampo eterno surja para tus ojos;
empuja hacia tu
sangre mi sangrienta ternura;
eres la despedida de mis bríos
maduros:
como cosecha, hijo, reviviré en tu
asombro.
Estambre, alianza: cíñeme el inquieto espejeo
del
penacho sonriente: por fin sonríe: envuélveme
de brisa y
mordedura; tus sorprendidos labios
en jugoso dominio redondeen tu
empeño.
Esa sonrisa tuya me sabrá en la alegría
a renacidos zumos
de fragores perdidos:
recorrerá mi vida, como beso de
tierra,
esa sonrisa breve: tintineo y delicia.
Sonríe, hijo, sonríe; descubrimiento, avienta
la hojarasca
de duelo que azota al resplandor
de tu paso: camino, echa a
andar, echa a andar:
tu pie va a hacer, oh Dios, -¡Dios!- su
huella primera.
Yérguete en el abismo: en las aguas profundas
palparás a
tus venas; angústiate de muros.
Mi grito paternal se rompa entre
tus manos:
con el alma desnuda despedaza la ruta.
Hermánate a la agreste plenitud de la espiga;
Hoguera en
el destino, victorioso derrótate.
Hijo, estréchame siempre en
todos los guijarros:
tendrás el amor fuerte que se oculta en la
espina.
Eterno lampo eterno surja para tus ojos;
empuja hacia tu
sangre mi sangrienta ternura;
eres la despedida de mis bríos
maduros:
como cosecha, hijo, reviviré en tu asombro.
Esponjas de tinieblas envidiaban tu rastro,
porque entero
pendías del coraje de Dios.
Por amparar las cumbres, huías mi
refugio:
¡Hacia mí!, te gritaba, ¡oh hijo entre mis
brazos!
Mas la flor de tu ansiosa garganta en la mañana
era como
el temor del hijo por el padre:
ya extasiado lavando colinas y
colinas,
al conocer la tierra, me tocabas y amabas.
¡Me ibas conociendo! El tallo polvoriento
se estremecía
azul de goce de tu savia.
Tus pupilas curiosas rodando por el
mundo,
refrescaban mi fiebre, bañaban mi desvelo
con la paz de las siembras. Aprendías mi ocaso,
acunabas,
sembrabas. De mi carne venías
a renovar mi sed: éramos una
llama.
¡Me ibas conociendo! ¡Oh venero en el páramo!
Sonríe, hijo, sonríe; descubrimiento, avienta
la hojarasca
de duelo que azota al resplandor
de tu paso: camino, echa a
andar, echa a andar:
tu pie va a hacer, oh Dios, -¡Dios!- su
huella primera.
Eterno lampo eterno surja para tus ojos;
empuja hacia tu
sangre mi sangrienta ternura;
eres la despedida de mis bríos
maduros:
como cosecha, hijo, reviviré en tu asombro.
En tu vaso colmado no abreves al letargo;
yérguete en el
abismo; angústiate de muros;
con el alma desnuda despedaza la
ruta.
¡Abalánzate, afluente! ¡Abalánzate, arado!
Hazte recio, hijo mío: aunque yo desfallezca,
si
escarpidor de miedo te peina ferozmente,
desgárrame, desgárrame,
róbame los alientos:
hazte recio, aunque caigan mis sienes ya
disueltas.
Aunque corteza ciega, nieve ciega, crispado
polvo ciego,
te haré una estera radiante.
Aunque vuele en despojos horizonte a
horizonte,
mi rostro, en los celajes, te traerán los
pájaros.
Tú, cantera; yo, escarzo; váciame más, espárceme:
beberé
en el acíbar la dulzura inmortal
de sumirme en tu arcilla: que
aun asido de muerte
desplegaré ceniza para darte
trigales.
Arbol huracanado, violenta tierra viva:
para tus olas
hiende mi corazón la luz;
sea el ímpetu el sueño que te cubra,
hijo mío;
yo seré el edredón de la cuesta dormida.
Hijo,
estréchame siempre en todos los guijarros:
¡tendrás el amor
fuerte que se oculta en la espina!