"Era un hombre carismático, genial, y no lo digo porque
se haya muerto. Cuando una vive durante 23 años con alguien
sigue sintiendo hasta su respiración, te empapas de su personalidad
y te das cuenta de la impresión que causaba en la gente",
afirma
Eliana Rodríguez, viuda de Juan Luis Martínez. Se queja,
sin embargo, de que todavía, a una década de su desaparición,
haya más trabajos dedicados a su obra en el extranjero que
en su propio país, y advierte que todas las iniciativas para
mantener su recuerdo las han promovido ella y algunos poetas jóvenes
sin ninguna ayuda de las autoridades. Situación que reproduce
lo que sucedió mientras vivía. Fundación Andes,
recuerda, fue la única institución que le prestó
apoyo, concediéndole una beca de creación en 1991.
Hoy no habrá actos oficiales. Sólo una misa en la Parroquia
de Viña del Mar, a las 12 horas, y luego una visita al Cementerio
No. 2 de Valparaíso, donde descansan los restos del poeta.
Sin embargo, en los próximos meses se van a inaugurar una sala
con su nombre en la Biblioteca Severín de Valparaíso,
y una página web dedicada a su obra, puesta en línea
por la Universidad Técnica Federico Santa María. En
cuanto al rescate de su creación visual, su viuda y albacea
adelanta que el poeta y ensayista Ronald Kay la ayudará a revisar
y ordenar su trabajo plástico, del que sólo una pequeña
parte ha sido exhibida en los últimos años. Además
está casi listo un proyecto de Telefónica para realizar
una muestra en junio.
De menor difusión goza su obra escrita. A pesar del interés
manifestado por algunos sellos, la reedición de sus únicos
libros. La nueva novela (1977) y La poesía chilena
(1978), tendrá que esperar hasta que se vendan los últimos
ejemplares de la autoedición original. Asi lo enfatiza Eliana
Rodríguez, su "más tenaz y fiel editora",
al decir de Juan Cameron.
Entretanto, el texto en el que Juan Luis Martínez trabajó
los últimos 14 años de su vida permanece inédito:
sus originales están guardados en el cajón de un mueble.
Las llaves se perdieron. Tal como se han ido perdiendo las claves
para acceder a la enigmática figura de su autor.
De rebelde a escritor secreto
Si acercarse a Juan Luis Martínez mientras vivía
era algo que muy pocos pudieron contar —especialmente en sus últimos
años— reconstruir ahora su biografía es como intentar
hacer
el retrato hablado de un fantasma.
El poeta Juan Cameron lo conoció durante lo que
él mismo llama su "prehistoria literaria", a fines
de los sesenta, en reuniones callejeras a las que acudía con
hojas sueltas en las que se burlaba de ciertas creaciones ultraintelectualizadas,
demasiado influidas por el estructuralismo. Eran años irreverentes
y la iconoclastia del joven Martínez se mostró primero
en sus aspectos más vitales. Cameron la evoca así:
"Juan Luis Martínez fue una figura en Viña del
Mar. El joven rebelde que burlaba a la policía en motoneta
o gustaba trenzarse a bofetadas con los capos mañosos de Valparaíso,
pronto pasó a ser un respetable intelectual. Muchas son las
anécdotas en torno a esa época; y ellas forman parte
hoy de otro mito, apenas conocido por quienes fuimos sus cercanos.
El resto es pura literatura; o literatura pura.
Sólo un pequeño cuento para ilustrar. Mucho después
de esa primera juventud, mi madre, con quien compartíamos una
cena, le dijo al poeta:
—Juanito, pensar que cuando yo lo veía por la calle Valparaíso
me cambiaba de vereda".
(Semanario web «Liberación». Malmo, Suecia,
diciembre de 2002).
Por esos mismos años nació la amistad del escritor con
Nelson Osorio, actualmente profesor de literatura en la Universidad
de Santiago.
Una noche, después de una mediocre lectura poética en
la Casa del Maestro, se le acercó —según recuerda— "un
muchacho de pelo largo y cabeza ligeramente equina", que le entregó
unas hojas escritas a máquina.
"Desde esas primeras muestras uno podía darse cuenta que
lo que Juan Luis Martínez estaba intentando en poesía
tenía poco y nada que ver con lo que hacen habitualmente los
adolescentes que fatigan a las musas inermes. Desdeñando sentimentalismos
más o menos testimoniales y emociones fáciles y de precaria
calidad, esos versos estaban para atragantarse en la garganta de lectores
cómodos. Era una poesía ajena a esa versificación
de alcoba que tanto abunda y daña, y parecían construir
un territorio poético inédito en Chile, un territorio
impuro y desgreñado en que Juan Luis metía 'los codos,
los ríñones, / la lira, el alma y la escopeta', como
pudiera decir Neruda. Y en ese medio irreverente y contestatario,
encontró un espacio de fraternidad polémica que fertilizaba
todo intento nuevo".
Vinieron los años de enclaustramiento. Una soledad que sólo
en parte fue motivada por el
deterioro de su salud. La mayor de sus dos hijas, Alita Martínez,
que hoy reside en Holanda, atribuye el aislamiento de esta última
etapa a una opción profundamente vinculada con el sentido de
su obra.
"Le gustaba el anonimato no para forjar un mito a su alrededor,
sino simplemente porque no necesitaba ser adorado, no era su propósito;
su significado ante la vida era el agua que tomaba cada mañana
al despertar, y luego un par de litros más durante el día.
Él no quería fama, no la necesitaba para estar seguro
de que lo que hacía era lo que más amaba".
Alita cree que el "corazón de su enseñanza"
no estaba en sus escritos ni en lo que decía, sino
en su forma de relacionarse con los jóvenes poetas que lo visitaban
cotidianamente. "Nunca
subestimaba al poeta neófito, lo respetaba y le hacía
conocido lo desconocido. Tengo la impresión de que acudían
a él porque él era uno de los pocos maestros que los
incluía como poetas y no simples principiantes, les daba el
derecho de mostrar sus trabajos y de ser ellos quienes tuvieran la
palabra, así como también llegaba al punto de ser inquisitivo
si a alguien, por mera astucia, se le ocurría siquiera sobreestimarse,
haciendo vanagloria de sus premios, dinero o cualquier cosa que no
fuera, siempre, en primer lugar, su propia calidad humana".
Su familia admite que la suma de su conocimiento y su carácter
intimidaban a algunos, lo que redujo su círculo de amistadas
casi exclusivamente a un grupo de jóvenes con los que discutía
largas y cansadoras jornadas. De vez en cuando, sin embargo, lo visitaban
intelectuales extranjeros de renombre, como Félix Guattari,
uno de los máximos exponentes de la antipsiquiatría.
La conversación
que tuvieron en Villa Alemana el 19 de mayo de 1991 fue
reproducida en el libro El devenir de la subjetividad, de Félix
Guattari y en la revista «Matadero» (julio- agosto
de 2000).
Sensibilidad de murciélago
Negando, como de costumbre, los lugares comunes, la muerte
no lo "sorprendió". "Cuatro días antes
vio su propia muerte —confidencia Alita Martínez—. Tenía
la sensibilidad que proviene del sonar de los murciélagos.
Vibraba en una realidad a mayor velocidad que el resto. Era lo que
en nuestra concepción de lenguaje llamaríamos un visionario.
Así fue como un domingo por la noche, luego de tomar su último
vaso de agua decidió que ya era el tiempo de partir, dejando
como legado una inquietante obra y un misterioso libro sin publicar".
Frutos del interés creciente que despierta su obra han sido
algunos encuentros literarios dedicados a su figura en años
pasados, así como muestras que han recogido su obra plástica
en diversas galerías del país y hasta un documental
estrenado en 2000 por Tevo Díaz («Señales de ruta»).
Para muchos, tales manifestaciones forman parte de un reconocimiento
que pretende remediar tardíamente la subvaloración que
sufrió en vida. Así al menos lo cree el escritor Fernando
Emmerich, quien conoció de cerca al poeta de la V Región,
tal como lo conocieron los pintores Erna Alfaro, Edgardo Catalán,
Jorge Osorio, Hans Scholbach, el poeta Raúl Zurita y el crítico
Luis Iñigo Madrigal, entre otros.
"Durante los funerales de Juan Luis —recuerda Emmerich—, en la
Parroquia de Viña del Mar, mirando desde un rincón su
ataúd coronado de flores y rodeado de florecientes literatos
que habían empezado a descubrirlo y lo siguen y seguirán
descubriendo, me dolía la pérdida de uno de esos amigos
para toda la vida que uno hace en la juventud, del Juan Luis que había
institucionalizado su sitio frente al Samoiedo como Carlos León
su mesa en el Riquet, del casi búdico trasnochador del Roland
Bar, del contemplativo asistente a las revolucionarias reuniones del
grupo Piedra en la casa de Nelson Osorio, en Quilpué; del que
integraba a sus amigos, el Gitano Rodríguez, Eduardo Embry,
Gregorio Paredes, a sus miles de libros y se dedicaba a uno de los
juegos más peligrosos y tradicionales que existen: la originalidad.
Sentí que Juan Luis desaparecía para los demás;
sólo se quedaba en la memoria de quienes fuimos sus amigos.
Pero al mismo tiempo nacía otro Juan Luis, el Juan Luis Martínez
cuya obra ha comenzado a ser reconocida por la compensación
absurda de la posteridad, absurda por tardía, porque es tarea
de atrasados reconocedores destinada a reconocerse ellos como tales
y a no ser conocida nunca jamás por el reconocido".
Tardíamente o no, la obra de Juan Luis Martínez se afianza
como una de las más sólidas y perdurables de la literatura
chilena.
"Hoy su poesía se ha convertido en un referente ineludible
—constata Nelson Osorio—, aunque no siempre aprovechado, de la renovación
de la poesía nacional. Justo sería decir que entusiasma
más a los jóvenes poetas que a los estudiosos y críticos;
estos últimos, que habitualmente funcionan con el lema implícito
de 'etiqueto, luego existo', se descolocan ante una obra que no encaja
en los parámetros convencionales y las habituales taxonomías.
Porque es ésta una poesía fronteriza, descentrada, poesía
de un corsario de las letras que inventó sus propias leyes
y nos dejó un legado de audacia que apenas estamos comenzando
a hacer nuestro".
Testimonio de Gustavo Barrera Calderón
Mi primera aproximación a La nueva
novela fue en la grave complicación de la adolescencia,
cuando estaban frescas en mi aprendizaje escolar las
imágenes de Marx, Freud y Rimbaud. Descubrí
en mi casa esta libro nacido en los años en que nacíamos
la mayoría de mis amigos y yo.
Intenté buscar otras de sus obras y supe
que no existía otra salvo La poesía chilena,
un libro en edición limitada que sólo algunos
habían visto y podían describir. Este libro
imagen sellaba el puzzle. Al poco tiempo de este hallazgo
fue extendido el certificado de defunción del propio
Juan Luis Martínez.
Le agradezco la inmensa libertad para instalarse
en un espacio propio, para incorporar, pegar, interpretar,
graficar, invertir y reunir las imágenes poéticas,
el discurso y las preguntas que dialogan unas con otras desde
distintos ángulos. Creó un territorio que no
existía. Un espacio a la vez accesible y misterioso,
con miles de caminos para entrar a él y para salir
expulsado a kilómetros y siglos de distancia.
La ventana de la poesía de Juan Luis
Martínez se abre hacia los poetas jóvenes que
sufren el agobio de la realidad cuantificable, que se niegan
a vivir una realidad amarrada en todos sus grados de libertad.
Su voz es un puente que conecta la búsqueda de lenguaje
del surrealismo y la búsqueda de sentido de la filosofía
con las nuevas generaciones, da continuidad y persistencia
a la inclusión de este otro mundo que ha sido negado
por nuestra civilización.
Existe un hilo transparente que comunica directamente
con un mundo paralelo, con otro orden y con otras posibilidades.
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Sobre el Poeta
Uno de los libros pioneros
dedicados a la obra del escritor chileno fue Señales
de ruta de Juan Luis Martínez, de Enrique
Lihn y Pedro Lastra (Ediciones Archivo, Santiago, 1987). Para
lectores especializados es Juan Luis Martínez. El juego
de las contradicciones, de Patricia Monarca (RIL, 1997).
En el volumen Merodeos
en torno a la obra poética de Juan Luis Martínez,
Soledad
Fariña y Elvira
Hernández reúnen textos inéditos
y originales de varios autores: Jaime
Valdivieso , Armando Uribe y Cecilia Vicuña,
entre otros (Ediciones Intemperie, 2001). Más reciente,
El gran solipsismo. Juan Luis Martínez de José
de Nordenflycht (Editorial Puntángeles, Universidad
de Playa Ancha, 2002), estudia la visualidad del poeta e incluye
fotos de una veintena de sus obras.
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